Salamanca, una del mediodía del lunes, en clase de economía con un profesor que bien podría ser el doble de Quique Sánchez Flores –no os extrañe, aunque se declara madridista-, explicando un tipo de funciones inversas mediante ejemplos de las ligas de fútbol: más dinero igual a número más bajo de la clasificación, es decir, mejor posición. También dijo que existían las excepciones en el fútbol, como brochazo de su interés por este deporte, pero ceteris paribus (sin contar otros factores), la función inversa se cumple: equipos grandes, objetivos grandes.
Acto seguido, recibo un mensaje: ¿vamos al Valladolid-Girona? Momento de meditación reducido. Tiempo de respuesta positiva, mínima. Nos dispusimos a la aventura de ver a un equipo en el que la función inversa se cumple a raja tabla, en ‘modo humilde’ activado, por desgracia.
Luchamos contra el monopolio televisivo que gobierna el fútbol español con más errores que aciertos, los retamos, gastamos gasolina, y acompañamos a un grupo de futbolistas ganador en casa, frágil lejos de ella. Como el niño que alejado de su madre, asustado, no puede contra las circunstancias que le rodean y le provocan una angustia insoportable.
Empequeñecidos sin su afición, guerreros dominantes con ella. Qué épico suena. Como épico es situarse a sólo 3 puntos de playoffs tras una temporada irregular, llena de modificaciones sensibles con apariencia trascendental. Afectan, es lógico, pero un jugador aplaca un tanto sus efectos: el ‘9’ del Real Valladolid.
Ese a quien tal vez pude endiosar como la gran mayoría de unos aficionados blanquivioletas necesitados de ilusiones que no ven por ningún lado. Porque por muy buen camino que Abel Resino haya trazado en el José Zorrilla, a mí me vendieron un objetivo distinto. Antes de la tormenta.
Mientras tanto, Javi Guerra es dueño y señor de los titulares referentes a la victoria frente al Girona. Sus 17 goles y su rendimiento lo han puesto en boca de equipos que, a buen seguro, intentarán ficharlo en verano. Él tiene contrato e implicación y apuesta por metas más atractivas si el conjunto blanquivioleta continúa jugando así.
Aunque, como el equipo, el gol se le atraganta cuando tiene que viajar a otras ciudades. Y ese se ha convertido en el reto más próximo al que se enfrentará: marcar en el estadio Helmántico. Las estadísticas no acompañan ni sonríen al equipo blanquivioleta en otro lugar que no sea Valladolid. Por ende, los aficionados no las tienen todas consigo.
De hecho, aunque haya leído en un diario salmantino que se espera un millar de pucelanistas, no termino de imaginarme esa cifra llenando la zona visitante del campo. Observo una desconfianza, por otra parte natural, hacia el Real Valladolid para el domingo. Tiempos mejores ya han pasado por el escudo del laurel y el fuego. Y eso se notará. Hace cuatro años volábamos hacia primera de la mano de unos resultados y un juego fuera de lo común.
Hoy día, la energía de la marea blanquivioleta permanece bajo mínimos. De vencer, se puede dar caza a la tan estudiada posición de playoff, pero esa marea no ruge, sino silenciosa, se debate entre unirse o esperar a un cambio radical. Incierta, confusa, no sabe si el equipo ha enderezado el rumbo, o es simple cuestión de rachas victoriosas con fecha de caducidad.
La mejor manera de despejar esa incógnita consiste en algo tan sencillo de pronunciar como complejo de llevar a su fin: ganar fuera ¿Una victoria en Salamanca significaría algo más que tres puntos obtenidos en ‘casa de otro’? ¿Atraería a un tanto por cierto importante de esa marea dudosa?
Llevar el triunfo a Valladolid supondría un estímulo, tanto para los hinchas blanquivioletas, como para los futbolistas. Un estímulo más influyente de lo que pueda parecer. No me perderé la oportunidad de que así suceda. Seré uno de esos seguidores que acompañarán al equipo el domingo. Y esta vez, las crónicas no serán desde fuera.
Acto seguido, recibo un mensaje: ¿vamos al Valladolid-Girona? Momento de meditación reducido. Tiempo de respuesta positiva, mínima. Nos dispusimos a la aventura de ver a un equipo en el que la función inversa se cumple a raja tabla, en ‘modo humilde’ activado, por desgracia.
Luchamos contra el monopolio televisivo que gobierna el fútbol español con más errores que aciertos, los retamos, gastamos gasolina, y acompañamos a un grupo de futbolistas ganador en casa, frágil lejos de ella. Como el niño que alejado de su madre, asustado, no puede contra las circunstancias que le rodean y le provocan una angustia insoportable.
Empequeñecidos sin su afición, guerreros dominantes con ella. Qué épico suena. Como épico es situarse a sólo 3 puntos de playoffs tras una temporada irregular, llena de modificaciones sensibles con apariencia trascendental. Afectan, es lógico, pero un jugador aplaca un tanto sus efectos: el ‘9’ del Real Valladolid.
Ese a quien tal vez pude endiosar como la gran mayoría de unos aficionados blanquivioletas necesitados de ilusiones que no ven por ningún lado. Porque por muy buen camino que Abel Resino haya trazado en el José Zorrilla, a mí me vendieron un objetivo distinto. Antes de la tormenta.
Mientras tanto, Javi Guerra es dueño y señor de los titulares referentes a la victoria frente al Girona. Sus 17 goles y su rendimiento lo han puesto en boca de equipos que, a buen seguro, intentarán ficharlo en verano. Él tiene contrato e implicación y apuesta por metas más atractivas si el conjunto blanquivioleta continúa jugando así.
Aunque, como el equipo, el gol se le atraganta cuando tiene que viajar a otras ciudades. Y ese se ha convertido en el reto más próximo al que se enfrentará: marcar en el estadio Helmántico. Las estadísticas no acompañan ni sonríen al equipo blanquivioleta en otro lugar que no sea Valladolid. Por ende, los aficionados no las tienen todas consigo.
De hecho, aunque haya leído en un diario salmantino que se espera un millar de pucelanistas, no termino de imaginarme esa cifra llenando la zona visitante del campo. Observo una desconfianza, por otra parte natural, hacia el Real Valladolid para el domingo. Tiempos mejores ya han pasado por el escudo del laurel y el fuego. Y eso se notará. Hace cuatro años volábamos hacia primera de la mano de unos resultados y un juego fuera de lo común.
Hoy día, la energía de la marea blanquivioleta permanece bajo mínimos. De vencer, se puede dar caza a la tan estudiada posición de playoff, pero esa marea no ruge, sino silenciosa, se debate entre unirse o esperar a un cambio radical. Incierta, confusa, no sabe si el equipo ha enderezado el rumbo, o es simple cuestión de rachas victoriosas con fecha de caducidad.
La mejor manera de despejar esa incógnita consiste en algo tan sencillo de pronunciar como complejo de llevar a su fin: ganar fuera ¿Una victoria en Salamanca significaría algo más que tres puntos obtenidos en ‘casa de otro’? ¿Atraería a un tanto por cierto importante de esa marea dudosa?
Llevar el triunfo a Valladolid supondría un estímulo, tanto para los hinchas blanquivioletas, como para los futbolistas. Un estímulo más influyente de lo que pueda parecer. No me perderé la oportunidad de que así suceda. Seré uno de esos seguidores que acompañarán al equipo el domingo. Y esta vez, las crónicas no serán desde fuera.
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