lunes, 20 de diciembre de 2010

Diversas formas de perder



Existen diversas formas de perder, de salir derrotado: Mediante humillación, en el último instante, por lógica, por robo...o por mala fortuna. Maneras de caer conocemos muchas. Una de las más comunes es la que vimos con el Real Valladolid en el Nuevo Arcángel de Córdoba.

Una derrota que bien podría haber sido perpetrada por una bruja oscura que hubiera lanzado un mal de ojo al conjunto blanquivioleta. Porque lo que ocurrió en Córdoba fue mala fortuna. Muy mala.

Más, cuando se vio a un equipo que jugó fuera de casa sin angustia ni miedo, y con el convencimiento de la victoria. Más, en un partido en que el equipo pucelano fue superior al rival, y gozó de ocasiones para poder llevarse algo más que un viaje envuelto en lluvia, demasiada lluvia.

Ésta fue protagonista cruel de un espectáculo alejado de lo entendido como fútbol. Un show de charcos que frenaban el esférico cuando intentaba rodar hacia la portería de Alberto García o Jacobo. Un show, que en la segunda mitad, podría haber puesto punto y final para preservar la integridad de los futbolistas, visto que de fútbol, poco.

Mientras el terreno de juego y el agua, que caía sin cesar, permanecieron en un segundo plano, el Real Valladolid pudo practicar fútbol, mejor que el Córdoba de Lucas Alcaraz. Alejado de la imagen ofrecida en otros encuentros jugados a domicilio, en éste los de Abel Resino acudieron directamente a por la victoria. Sin especular, sin mantenerse en una demostrada inútil retaguardia a la espera de un contragolpe mortal.

Un Álvaro Antón que parece resurgir gracias al técnico toledano del Real Valladolid, jugó de titular y buscó las jugadas ofensivas de los blanquivioletas. Creó peligro, ocupando la banda derecha desde la que tiró diagonales al centro donde le esperaba un Sisí que está comenzando acostumbrarse a jugar de enganche, por detrás de Javier Guerra.

El delantero malagueño protagonizó, a la media hora de partido, una de las tres jugadas más destacadas del Real Valladolid de la primera mitad, tras chutar y poner a prueba a un Alberto García, portero cordobesista, que fue uno de los jugadores más valorado de un choque pasado por agua.

El R. Valladolid quería más. Quería demostrar que aún no estaba muerto, que le ha crecido unas garras enormes, que podía dar guerra y poner el escudo que portaba en posiciones de playoffs valedoras de un hito.

Un hito que se ha alejado unos metros más según marcan los números –actualmente el equipo de Abel Resino estaría en puestos de descenso si se toman las últimas estadísticas, en las que el equipo se deja los 3 puntos en cada visita, e incluso pierde su condición de fuerte en Zorrilla, tras una racha negativa con dos derrotas consecutivas frente a Cartagena y Numancia-.

La garra y el propósito fueron mostrados hasta que el terreno de juego digo basta. Esta garra fue escenificada en dos jugadas que pudieron significar el gol visitante si no hubiera actuado perfectamente Alberto García, quien blocó un remate de Marc a la salida de un córner y un disparo del burgalés Antón.

Por parte del conjunto blanquiverde, un veloz Pepe Díaz y el vengativo Sesma intentaron contrarrestar el dominio pucelano. Ambos auspiciados por uno de los gemelos Callejón: Juanmi –el otro, José, corre por el estadio Cornellá El Prat, sin charcos que le impidan progresar-.

En el segundo período la lluvia empeoró el césped del estadio cordobesista, impidiendo que se pudiera ver algo de ambos equipos. El juego no fluía, las tarjetas amarillas sustituían a las jugadas combinadas, y finalmente se pensó en suspender el partido. Se decretó que siguiera. Espada mortal para el Real Valladolid.

Por el medio del campo se hacía inviable desplazar la pelota, zona que se iba ampliando con el paso de los minutos y de la caída continua de agua. El juego ya no tenía dueño, por lo que el Real Valladolid buscó un cambio que ofreciera alguna alternativa en un partido jugado en una piscina gigantesca.

Para ello, se marchó el extremo Jofre que no disfrutó de un partido como el jugado en Valladolid la semana anterior, e ingresó Óscar González como segundo delantero. Así, Antón se cambió de posición y dejó a Sisinio por el flanco derecho, su banda natural.

Ciertamente, los cambios ni mejoraron ni empeoraron la situación del equipo. El juego dejó de existir tiempo antes, en el momento en que los charcos que complicaron en exceso la elaboración de jugadas, se convirtieron en lagunas verdes.

No obstante, Óscar González tuvo alguna ocasión para crear peligro en la meta cordobesista y se mostró activo, al igual que un canterano, Quique, sustituto por la izquierda de un buen Álvaro Antón.

Entonces, la forma de perder que le tocaba al Real Valladolid en esta ocasión se definió. En el minuto 81, Juanmi Callejón puso un balón al área que rebotó en los pies de Peña y entró engañando al meta Jacobo.

Desde el gol, el Real Valladolid vio truncadas sus intenciones de enmienda por las continuadas pérdidas de tiempo. Tampoco en el encuentro se vio mucho fútbol, pero sí un atisbo de esperanza, de que el equipo de Abel Resino puede cambiar su dinámica y resultados con el inicio del nuevo año. Un nuevo año que ha de dibujarse completamente distinto al que estamos despidiendo.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Casualidades


Las casualidades de la vida. Esas que consiguen que sonrías, bailes y rías en la noche soriana, después de perder 4-5 contra el Numancia. Casualidades por las que terminé viendo al Real Valladolid jugar contra el Numancia de Soria… en Soria. Y casualidades por las que me encontré en la misma noche soriana con algunos futbolistas del equipo numantino, que salieron de marcha con todo merecimiento. Y que pocas horas antes la habían ‘liado’ en Zorrilla y me habían dejado preocupado y cariacontecido.

Porque perder en casa, en el debut de Abel Resino, tras marcar 4 goles, 3 de ellos de Guerra –el mejor jugador del Real Valladolid junto con Jofre, Nauzet y Sisinio-, genera cuanto menos asombro. Y hacerlo, para más inri, después de ir ganando 2-0 y 3-1, te hace temblar. Y más cuando el Real Valladolid jugó a un fútbol más atractivo que el hasta ahora visto, con una clara faceta ofensiva. Con las líneas adelantadas, haciendo uso de una presión que agobió a la zaga numantina, al cual sufrió en exceso durante todo el encuentro.

En efecto, líneas adelantadas. De la ventaja, de la mejora que suponía jugar tan arriba, y por lo cual el equipo pucelano generaba más peligro y goles –nada más y nada menos que 4, pero 3 en la primera mitad-, se destapó la dificultad que suponía disputar el partido así: debilidad defensiva. Indudablemente, el enorme punto negro que apareció en el nuevo equipo de Abel Resino.

El pucela buscaba el ataque, en la mayoría de las ocasiones, por el costado derecho que habitaba Nauzet Alemán, jugador muy activo y que sirvió a para que el trigoleador Guerra consiguiera el primer gol, al botar un córner. Y esa faceta ofensiva que planteaban los blanquivioletas, la conexión que se formó entre Sisí, que jugó por el medio -escoltado por Rubio que volvía al once, y el inconstante Jorge Alonso, y el extremo Nauzet, protagonizó el grueso del ataque pucelano.

Además del ‘feeling’ evidente que pudimos ver entre Sisí y Nauzet , por el otro flanco, un Jofre hiper-activo creó mucho peligro y puso en serios problemas a su par. En una genial jugada por su banda izquierda, el catalán la colocó al interior del área, donde un enérgico Guerra consiguió su segundo tanto. Por el otro lado, el jugador que salió del equipo salmantino de Santa Marta, Cédric, ya empezaba a vérselas con Pedro López cuya velocidad y desborde fueron las principales armas del Numancia para contrarrestar el poder ofensivo del Real Valladolid.

Y comenzaron a verse los defectos de la defensa vallisoletana. Y lo hicieron desde que Pedro López tuviera que irse, lesionado. Entonces, me pregunté: ¿dónde estás, Barragán? No oí respuesta. Sólo vi a Javier Baraja entrar para ocupar el lateral. Empezaron a llegar las ocasiones del equipo de Unzúe, y también el primer gol.

Segundo error defensivo: pase al hueco de Barkero –back in the days-, a Cédric – the future-, que ganó la espalda a César Arzo y recortó la distancia a tan sólo un gol. El Numancia se empezó a soltar, el partido se abría y las defensas continuaban llamando la atención como aquel niño insolente y engreído. Ahora le tocaba a los de Resino recuperar la importante ventaja de dos goles, y lo hicieron gracias a una buena aportación ofensiva del lateral Guilherme, que por cada partido que transcurre me hace pensar más concienzudamente que podría jugar perfectamente delante de un lateral, con una proyección más atacante. Y es que en defensa tiene que mejorar muchos conceptos.

El lateral-extremo Guilherme desdobló a un Jofre que estaba disputando sus mejores minutos como jugador pucelano, y recibió de éste una pelota que habilitó para que Guerra la introdujera como pudo en la portería. 3-1 y hat-trick para el delantero pucelano. Todo se veía mejor desde una Soria que anochecía y observaba silenciosa la fragilidad de su defensa. Podía pensar en una buena quiniela, por fin. "Anticipado, bocazas mental".

Los locales presionaban de modo adecuado en la primera línea del equipo y comenzaban a tocar con mayor convencimiento la pelota, y parecía que convencían. Entonces sucedió una de las claves del partido: otro pase interior que superó la defensa pucelana, e Íñigo Vélez aprovechó para marcar un segundo gol que dejaba todo abierto en un partido que parecía de fútbol sala. ¡Ay, defensa mía, qué débil se te vio!

La segunda mitad fue la de la locura, la mezcla de sentimientos, conjeturas, goles, bajones anímicos, de culpables y afortunados. Un pucela que conseguía la tan ansiada posesión del balón, y que pudo haber dejado el partido 4-2 si el árbitro hubiera pitado el claro penalti sobre Sisinio añadía intensidad al juego, con Jofre como destacado tras el descanso y que se sentía un nivel por encima del resto.

Y cuando mejor estaba el Real Valladolid, un rayo de 18 años y de nombre Cédric corrió la banda izquierda y colgó un balón que Barkero envió dentro de la portería de Jacobo.Suponía el empate. Cinco minutos después, Arzo cometió un penalti que el mismo jugador numantino transformó para poner el 3-4. Remontada que no se quedó ahí y que cambió el dibujo de Abel Resino, al introducir a otro delantero, Keita, por Jofre y sustituir a Jorge Alonso por Álvaro Antón.

La épica, que cambiaba de dueño como últimamente el Real Valladolid de entrenador, estaba en manos de los pucelanos, que tenían que buscar el empate a 4 como fuera, para al menos conseguir un punto que dejara al equipo un poco más cerca de unos playoffs que, ya sí, son el objetivo último. Empujaban como podía para que no terminara en descalabro el primer test de Abel Resino, y un Arzo omnipresente cabeceó el gol del empate, a la salida de un córner, a 5 minutos del final.

Pero a 5 minutos del final el partido se podía inclinar de cualquier lado, porque el Numancia nunca se conformó con nada, ni tampoco el Real Valladolid, una vez que puso el empate a 4. Y a segundos del término, la balanza dio un golpe retumbante en forma del tercer gol para Barkero, dueño del equipo de Soria junto a Cédric. Un dúo que terminó con un Real Valladolid recién empezado.

Horas después bailaba en la fiesta soriana. Un 4-5 que buscaba olvidar hasta nuevo aviso no podía ensuciar esos momentos. Algún futbolista numantino también bailaba, -aunque no tan bien como lo hizo en el terreno de juego-, cerca del corro en el que yo me encontraba. Casualidades que me hacían sonreír, pues todos tienen derecho a la épica. Ya le tocará al Real Valladolid, si bien no sé cuándo.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Lavado de cara, y 'nueva temporada'

Semana de interés informativo máximo. De las que enriquecen el periodismo, de las que te enganchan. Y es que, desde la destitución de Antonio Gómez, han surgido innumerables noticias acerca del nombre del técnico que lo sucedería. Llegó el sábado, el día del partido en el Mini Estadi frente al filial del mejor equipo del mundo, y el entrenador seguía siendo una incógnita, para todos. Hoy se ha confirmado: Abel Resino, ex técnico del Atlético de Madrid, se hará cargo de la plantilla. Y contará con Torres Gómez.

Pero centrémonos en ayer. En el partido que enfrentó al equipo de Luis Enrique y al del entrenador ‘en funciones’, Javier Torres Gómez. Un hombre de los que se define “de la casa”. Y un hombre que ha dejado encantado a la totalidad de la plantilla en esta complicada e intrigante semana de entrenamientos, como Sisinio confirmó en su twitter: “J. Torres está capacitado de sobra para entrenarnos y estaríamos encantados”. No va a ser así, pero se mantendrá, si bien en un segundo plano, enriqueciéndose de fútbol para, quien sabe, entrenar en un futuro a un buen nivel.

Estas palabras de Sisinio fueron pronunciadas una vez terminado el choque en Barcelona. Un choque que, pese a un resultado que no fue del todo positivo (0-0), nos dejó un sabor de boca mucho más dulce que partidos anteriores. Y es que hubo verdaderos cambios respecto a pasadas jornadas.

Cambios que desde el primer instante del partido se percibieron. La presión. Agobiante, asfixiante, continua, complicaba en exceso la salida de balón de la zaga culé, y no permitía que hilvanaran jugadas. Primer paso bien hecho, ya que el filial del Barcelona busca la excelencia como su hermano mayor, y para ello necesita el balón.

Es cierto que tuvieron más posesión que el Real Valladolid en la primera mitad, pero unida a unas dificultades serias para jugar la pelota, algo que aprovechó el Real Valladolid para intentar crear peligro al portero Masip por medio de los córners. Ninguno consiguió nada. Punto a mejorar.

Pero tuvieron que llegar los siguientes 45 minutos para meternos en el partido. Para despertarnos y confirmar que este Real Valladolid había lavado su cara, ensuciada por el hastío acumulado en cada partido jugado fuera del estadio Nuevo José Zorrilla. No es que desplegaran un juego estratosférico, ni tuvieran una profundidad semejante, por analogía, a la del Barcelona campeón de liga el año pasado, pero ofrecían una intención: estaban enchufados y la bombilla parecía brillar. El equipo que dirigía fugazmente Javier Torres Gómez iba amontonando ocasiones que se estrellaban con el palo. Los chicos de Luis Enrique lo intentaron emular y conocieron el palo y también las manos de Jacobo, en un partido dinámico, rápido, vivo e intenso, en la segunda parte.

Llegó el 9º córner y Arzo, remató de cabeza al travesaño, con el consiguiente rechace de Rueda, fuera. Mala fortuna. Guerra, que empezaba a resolver sus diferencias con el balón, también dispuso de ocasiones claras para marcar, entre ellas un remate al larguero, así como la inmejorable oportunidad de gol que tuvo Jofre a principios de la segunda mitad o el disparo tímido de Jorge Alonso.

Más claridad, más llegada, pero igualmente, ningún gol. Faltó eso, porque el equipo mejoró, y en ello todos coinciden. Poco antes de la hora de los churros toda la plantilla pucelana llegó a casa, entre el descontrol aéreo de un fin de semana de información, e información, e información.

Ahora, tras el cese de las bombas noticiosas, el equipo empezará una nueva etapa a 10 puntos del líder de la categoría, el Betis. Abel Resino tomará un equipo con 22 puntos, oficialmente en zona de playoffs por el ascenso, ya que el Barça B, por su condición de filial no tiene derecho a disputarla, y cedería esa posición al 7º clasificado, actualmente el Real Valladolid.

Pero los números ahora han de dejarse aparcados en la cochera de las estadísticas, pues se estrena ‘nueva temporada’, dirigida y producida por un entrenador que tiene experiencia en la categoría, pero que no termina de convencer a la gran mayoría de aficionados del equipo blanquivioleta. El tiempo dictará, como siempre, como hizo con Gómez, como hizo con Mendilíbar, y como hará con Abel.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Y estalló el brick de zumo


He de decir que veía, bastante confiado, el panorama para el partido ante el Cartagena. Pensé que Antonio Gómez escribiría el mismo relato de 90 minutos de siempre. Victoria en casa, engancharse arriba –ocasión inmejorable por la multitud de tropiezos de los competidores directos-, y ver la vida con optimismo, pese a los nefastos resultados cosechados a domicilio.

Pero no. La historia cambió, y mucho. Porque además de haber caído derrotados en casa por vez primera en todo el campeonato, se hizo de una manera totalmente distinta al resto de encuentros con resultado final negativo. Se perdió siendo superiores, y mereciendo más. Aunque la superioridad no llegara a más, no llegara al gol.

Un Real Valladolid que salió dejando la iniciativa al Cartagena, pero que con el paso de los minutos fue acomodándose, recordando que jugaba en casa e intentando algo más. Pero poco, pues la primera mitad no llevó a conclusiones claras.

El cambio de sistema, jugando con Álvaro Antón un poco más atrás que el punta Guerra, y con los pivotes Jorge y Rueda, no evidenció ninguna mejora clara. Tan sólo el buen partido de Jesús, que se convirtió en un todoterreno en la medular cuando Jorge Alonso no corría, ni luchaba. Descompensación en el centro, e inutilidad en el cambio de Antón por Calle en la segunda mitad. Porque ayer ningún sistema táctico se impuso.

La zaga no tuvo demasiados problemas pues el Cartagena se limitó a jugar por detrás del balón, viéndolas venir e intentando alguna contra que no llegaba a ningún lado. Se diluyó como lo hicieron los primeros 45 minutos. Poquito juego, ninguna emoción.

Tras un descanso que me puso de muy mal humor, debido a los guardas de seguridad de las puertas que no dejaban volver a entrar estadio, aunque salieras únicamente un instante, dio comienzo una segunda mitad que aumentaría mi mal humor, y el de todos los aficionados, que lanzaban gritos contra el presidente y contra las jugadas inacabadas de un equipo blanquivioleta que no encontraba puerta, e instauraba un sentimiento de agonía por cada ocasión fallada.

Ocasiones que en la segunda mitad fueron llegando gracias a los córners y faltas que desde los laterales se lanzaban, pero en las que Guerra no actuaba como ese jugador que marca las diferencias en un equipo que no encuentra su camino, como se vio ayer. Esa desesperación, que iba in crescendo en la afición pucelana, se equiparaba a la de los futbolistas que no conseguían superar esa barrera impuesta por la zaga cartagenera, liderada por un Cygan muy duro y seguro.

Por otro lado, el conjunto visitante avisó con un lanzamiento al palo por parte de Toni Moral, y añadió un ingrediente más, y picante, para la impaciencia generada en cada uno de los pucelanistas que leían una historia diferente hasta la entonces conocida. Una historia en que el equipo intentaba algo más, y es que jugaba en casa, pero no conseguía nada, y, para más inri, terminaba con un final tan desconcertante como implacable: la derrota.

Toni Moral, artífice del gol que supuso el 0-1 para el Cartagena de un Víctor homenajeado y aplaudido en su sustitución, dejó el estadio más silencioso de lo que ya estaba, y un malhumor insostenible. Llegó el gol y estalló el brick de zumo en el interior de mi mochila.

Así, sólo nos quedaba observar como el equipo no se hundió de la forma en que lo hizo con cada gol recibido fuera del Estadio José Zorrilla, e incluso tuvo la inmejorable oportunidad de empatar gracias a un disparo al travesaño de Javi Guerra.

Pero la historia había variado. Llegó la hora del cambio de autor, que ya ni en casa escribía buenos guiones. Porque aquí, a diferencia de un casting de cine, a los protagonistas no se les puede echar. Al menos no inmediatamente. Y tienen margen de mejora y de error, del que un director novato, que se adentró en un proyecto arriesgado pero ambicioso, no disfruta. Veremos cómo actúa el nuevo entrenador del Real Valladolid.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Tanto tropiezo acaba con heridas


Cuando caminas y tropiezas, lo primero que sientes es vergüenza por quien haya visto la situación, y acto seguido activas tus sentidos para que no vuelva a pasar. Si tropiezas de nuevo en un corto intervalo de tiempo, te llamas tonto a ti mismo, y quien te haya observado, probablemente, se ría de tu torpeza, aunque sea internamente.

El Real Valladolid siente algo parecido, sino igual, tras caer este domingo en el Chapín de forma contundente. No sirvió que remontaran casi épicamente el partido ante el Celta en casa, con un cambio de sistema que esperanzaba, aunque fuera lo más mínimo, a jugadores, técnico, periodistas, y aficionados. No bastaba tener marcada una línea a seguir, porque el equipo tenía que desviarse por las buenas o por las malas otra vez. Y fuera de casa.

La imagen mostrada por el conjunto blanquivioleta no distó demasiado de la ya conocida en partidos anteriores –incluso en el choque ante los vigueses, la sensación que nos dejó el equipo pucelano en la primera mitad fue bochornosa, totalmente-. Y no sólo se asemejó la imagen, sino que empeoró. La segunda parte fue literalmente horrible. 4 goles en 45 minutos lo dicen casi todo. Una desidia completa del equipo de Gómez. Un sopor sin ningún tipo de dudas. Es hora de criticar, porque no podemos quedarnos callados contemplando vergüenza tras vergüenza cuando toca jugar fuera de Valladolid. Y no es dureza, es realidad.

En la primera parte del partido, además de un mal juego generalizado –el Xerez dispuso de ocasiones más claras como el despeje defectuoso del lateral pucelano Barragán, que envió la pelota al travesaño-, que llevó a más de un bostezo, no sacamos ninguna conclusión positiva del trivote que la semana pasada desatascó un encuentro que se había puesto cuesta arriba. Un nuevo esquema, el 4-1-4-1 que volvió a utilizarse ante el Xerez y que no funcionó en absoluto. Ni existía control del centro del campo, ni claridad en la salida del balón, ni creación efectiva, ni orden. La profundidad que se esperaba, el juego más hilvanado, no se vio por ningún lado en Jerez.

En cambio el equipo azulino recurría a un rejuvenecido Jose Mari, que hizo honor al refrán de ‘quien tuvo retuvo’, quien creaba peligro en algún contragolpe. No obstante, en el descanso el marcador era empate y sin que ningún equipo mereciera el gol. En la segunda mitad, se derrumbó todo para el equipo vallisoletano.

Los primeros minutos, como curiosidad, fueron los mejores del equipo pucelano en todo el partido. Buscaban el balón, y más profundidad. Parecía que podía cambiar el rumbo del encuentro. Y lo hizo, pero a favor del Xerez. Un error de bulto en el centro del campo –otra vez, pérdidas de balón que terminan en gol rival- propició que Jose Mari, el ídolo de la tarde, consiguiera el 1-0 que mataría al Real Valladolid. Porque lo mató, al igual que los goles encajados a domicilio. No aprenden a esquivar los baches. Siguen cayendo.

Fallos en el centro del campo que dieron lugar, de nuevo, a otro gol azulino. Esta vez Jose Mari –estuvo en todas-, sirvió a Redondo que remató de cabeza. 2 goles, dos perdidas, hundimiento del centro del campo. El trivote no existió. Y como no surtió efecto, el entrenador del R.Valladolid decidió hacer cambios drásticos: Calle por Nauzet, y Rubio por Antón. Es decir, vuelta al 4-4-2 con Alonso y Rueda en el doble pivote, Calle acompañando en la línea de ataque a Guerra, y la banda para Antón. Y jugaron a menos todavía.

Ni sistemas, ni reacciones. El equipo había perdida desde el primer tanto xerecista. Antes de los dos últimos goles, dio tiempo a que el árbitro anulara uno al equipo local. Como aviso. El Xerez, ya despojado de cualquier presión por tener un resultado cómodo, fue a por el tercero con mucha más intención y desparpajo, y en jugadas a balón parado y en centros al área, aceleró el corazón de muchos. Dos errores defensivos llevaron a dos goles más del delantero ‘hat-trick’ del Xerez, Jose Mari.

Goleada y muchísima incertidumbre. ¿Por qué se cambio de mentalidad cuando el equipo juega fuera de casa? Es un auténtico chollo para cualquiera, la visita del Real Valladolid. Y es que, los ascensos no se logran únicamente sumando en casa, ni ‘descansando’ cada 15 días. La pena es que estamos llegando a Navidad y los lamentos los podemos ver en cada uno de los aficionados del Real Valladolid. Lo positivo, lo único positivo, es que hay tiempo. Y ya es hora de aprender a no tropezar.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

De desastre a esperanza


El tiempo vuela. No te da un respiro para pensar, ni para escribir cuando realmente es necesario. Es miércoles y estamos en el ecuador de la semana, acercándonos al día en que el Real Valladolid se enfrentará al Xerez Deportivo. Y yo hablando del partido del domingo ante el Celta. Y es que, en esta ocasión, el periodismo me ha quitado tiempo para hacer periodismo. Un tanto paradójico. Pero no puedo faltar a la cita, porque es una de las semanas más interesantes para hablar del equipo pucelano y de lo sucedido en el último partido.

Y es relevante porque el partido no fue uno más. Al menos eso quiero creer. Fue un punto de inflexión. Un suspiro de alivio; y un cambio táctico. Un cambio radical, únicamente sustituyendo una ficha. Qué sencillo parece. Y cómo cambia el devenir de un resultado, y la sensación de los que estábamos viendo otro espectáculo brindado por el equipo rival, superior con claridad.

Hacía tiempo que no veía un juego tan desajustado como locales, lo cual terminó desquiciándome una vez, De Lucas, daba la vuelta al marcador y ponía el 1-2. El R.Valladolid utilizó la misma mala copia que en el partido de la semana pasada contra el Rayo para disputar los primeros 45 minutos. La misma, salvo por el golazo de Nauzet que sirvió como celebración, alegría, y espejismo. Porque el centro del campo no carburaba, ni aparecía. El equipo de Gómez no tomó las riendas del partido, por lo que corrieron a merced de los vigueses. Claro, en lo único en lo que se valían era en los contragolpes, y en las transiciones rápidas que sorprendieran al rival. En la primera parte, quitemos lo de rápidas.

El equipo jugaba lento, y se convirtió en previsible. Al no tener la pelota, al buscar jugar a las contras, aparecía el gran obstáculo que frenaba cualquier atisbo de peligro real en la meta de Falcón: Antonio Calle. Recibía constantemente balones que no controlaba bien de espaldas, ni circulaba de forma que llegarán a la línea de tres cuartos. Y mucho menos al área. Entorpecía la rapidez para el contragolpe pues o frenaba la pelota, o la perdía. Y eso lo pudimos ver todos. El sistema con los dos delanteros naufragaba nuevamente. El 4-4-2 clásico se iba al ‘garete’. Era hora de mover ficha.

Y la jugada salió redonda. En la segunda parte, el Celta de Vigo arrancó como un ciclón, decidido para matar el partido con numerosos disparos de media distancia, sabedor del flan en el que se había convertido Jacobo tras fallar en el gol de Trashorras que supuso el 1-1 en la primera mitad. Sin embargo, Jacobo fue tomando más confianza al mismo paso que la defensa pucelana y en general el resto de las líneas, y se evitó que el ‘milagro’ del que se hablaba en el descanso quedara en habladurías y quimeras.

Pasaban los minutos de la primera segunda mitad y el Celta, por la inercia del resultado positivo a domicilio, y por la necesidad del Real Valladolid de ofrecer algo diferente a lo visto hasta el momento, fue replegándose peligrosamente. Se produjo la entrada en el campo de un mediocentro más en sustitución del delantero puro Antonio Calle. Puro pero sin gol, y sin fortuna –muy mala la semana para el espigado ariete-. Jorge Alonso, un medio creativo que formara un trivote con Rueda, y algo retrasado, Rubio (4-1-4-1). Éste como enlace entre defensa y medio del campo. Por fin, un escalón para no tener que subir de dos en dos. Y la sensación cambió totalmente.

Jesús Rueda, que hasta entonces no había encontrad su sitio en el medio del campo, brindó un pase en profundidad a Guerra, que terminó en el empate. Parecía que el equipo visitante comenzaba a dar por bueno un empate, después de una gran primera parte. Y más por bueno todavía, cuando se quedaron con 10 tras la expulsión de Roberto Lago en otra actuación arbitral que deja muchísimo que desear. Un lateral menos, mayor espacio y más peligro.

Percibía que, si el partido quedaba en empate, la sensación sería más agria que dulce, pese a haberlo tenido más negro que las nubes que, durante todo el partido, nos avisaban de que en cualquier momento llorarían. Pero se tragaron sus lágrimas: el domingo apoyaban al Real Valladolid. La afición se unía todavía más al partido y despertaba de la desidia que le transmitió antes del cambio táctico que convirtió el partido en una descarga de adrenalina contenida.

Adrenalina que empezaba a fugarse de todos los asistentes el partido, tanto jugadores, como aficionados o cuerpo técnico, cuando se formó la tangana que finalizó con la expulsión de Pedro López para el R.Valladolid y de Hugo Mallo para el bando visitante. Dos laterales menos para el Celta. 10 contra 9, y un último empujón. 4 minutos de descuento que parecían pocos, después del tiempo que el árbitro tardó en acabar con la pelea –desentendido de ella el colegiado-.

Pero cuatro minutos que supieron a gloria a los blanquivioletas. El desatasco, la solución, la tranquilidad ‘expectante’, se tradujo en el gol que Alonso consiguió en el último minuto del tiempo añadido. Guerra, el autor del empate, sirvió un balón para que el centrocampista que había dado luz en medio de noviembre, consiguiera la victoria que, al menos, destapa alguna llave de gran utilidad. Gómez, el sistema no es invariable. Y las percepciones tampoco.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Sin ideas, sin reacción, sin ambición.



El Real Valladolid juega con dos equipos. Uno, cuando lo hace en casa; otro, cuando sale de Zorilla. Y este hecho es cada vez más indiscutible analizando los partidos jugados en casa y los disputados a domicilio. Y es que, fuera de Valladolid, el equipo no ha sabido, y no ha podido obtener nada positivo, salvo en Granada (segunda jornada), y dos empates que nos dejaron con un sabor amargo, en Elche y Ponferrada.

Partiendo de esta base, es innegable que el planteamiento como visitante deja muchísimo que desear; que Antonio Gómez tiene muchísimo trabajo por delante, y que si no lo solventa con prontitud el conflicto va a engordar hasta explotar. Y va a estallar porque la afición ya duda de la fiabilidad del proyecto de ascenso, ya duda de la plantilla, y ante todo se muestra muy escéptica del entrenador madrileño que tomó las riendas del equipo blanquivioleta siendo un completo desconocido a nivel, llamémoslo, profesional –si bien es cierto que entrenó a Liverpool Reserves en Inglaterra-.

En Vallecas se volvió a ver la peor cara, o el peor equipo del Real Valladolid. Los visitantes buscaron la posesión al comienzo del partido, pero el Rayo, haciendo honor a su nombre, encontraba peligro en ataques directos, con transiciones rapidísimas que descolocaron a los de Gómez. Antes del primer gol del equipo, el juego se mostró equilibrado, si apenas ocasiones, pero con una que el delantero rayista Lucas estuvo a punto de convertir en gol.

Pero entonces, en una jugada sencilla para la defensa, Marc Valiente cedió la pelota defectuosamente para Jacobo, que fue interceptada por un avispado Armenteros que puso el primer gol y demoledor. De vuelta a las andadas. A volver a situarse por detrás en el marcador y no saber reaccionar. Era el minuto 23, y quedaba un mundo, pero la motivación y ambición del equipo pucelano ya yacía por el césped del Teresa Rivero. Mientras, los aficionados que pudimos ver a duras penas el partido –no conectaron hasta bien entrada la primera mitad-, percibíamos que el golpe había sido duro. Primer problema: desmotivación y poco poder de reacción.

No obstante dispuso de alguna ocasión que no supuso un serio problema para la meta de Cobeño, portero del Rayo. El R. Valladolid lo intentaba tímidamente por el flanco derecho, si bien de una forma tan ligera que apenas se podía percibir una reacción de la que adolecen cuando juegan fuera de casa. De hecho, el Rayo Vallecano continuó con la superioridad de la que hacía alarde y tuvo en su mano la posibilidad de marcar antes del descanso, al estirarse en los minutos finales de la primera parte.

Sin género de dudas, los rayistas campaban tranquilos y colocados en su campo, y el pucela no sabía cómo superar otra situación adversa más. Y mimbres insisto que hay, aunque en absoluto potenciadas. En el descanso, el míster se replantearía varios conceptos, e intentaría animar a los suyos, de capa caída por haberse visto inferiores a un conjunto serio como es el de Vallecas.

La segunda versión, pésima. El equipo no era tal, sino once hombres que corrían sin sentido, sin control, sin unidad, sin tranquilidad, y sin concentración. Éste último aspecto primordial si se quiere demostrar algo a los aficionados que se desplazaron hacia Madrid para ver una adaptación mala del equipo que juega en casa –que, al menos, suma puntos que le permiten mantenerse en zona de promoción-.

Puede sonar muy duro, excesivamente crítico, pero no deja de ser un pensamiento generalizado en la afición blanquivioleta. Afición que dicta sentencia, que es juez en cada partido y en cada etapa del Real Valladolid. Pero para dura fue la segunda mitad en el Teresa Rivero. De primeras, salió mucho más entregado el equipo local, que desde el primer instante se erigía dominante del juego, caracterizado por un ataque directo e igualmente incisivo.

Así que llegaba el momento de Antonio Gómez, muy cuestionado por decisiones. Al ver la poca unión entre los dos puntas y la media, buscó la entrada de otro centrocampista que diera empaque al centro del campo, control de juego, y la posibilidad de hilvanar jugadas que hasta entonces costaba Dios y ayuda comenzar. Jorge Alonso por un inédito Keita, la solución para un entrenador joven, de la escuela de Rafa Benítez.

Acto seguido salió del terreno de juego un Nauzet que quiso y no pudo en el primer tiempo y entró un ex rayista Jofre. Así, Sisinio volvía a su banda natural, donde mejor rinde –al menos ante la UDS estuvo mucho más metido, más entregado y peligroso- y el extremo Jofre a su banda natural, la izquierda.

Sin resultados a la vista. El conjunto rayista seguía mostrándose superior y obtuvo su merecido, al jugar de nuevo con rapidez para Lucas, que tras un pase en profundidad batió a Jacobo por bajo, borrando toda posibilidad de enmienda del Real Valladolid. Tras el gol ya se terminó el partido. Casi literalmente. Otro cambio evidenció que no se hallaba solución alguna al entuerto. Que el bloqueo no parecía desaparecer y que, ya llegando a mediados de noviembre, el Real Valladolid persiste en sus defectos. Ese cambio fue el de un centrocampista, Rubio, por un delantero grande, alto, como Antonio Calle. Nuevamente se olvidaba la idea del trivote.

Y todo igual. Salvo el resultado, que aumentó tras otro error, esta vez en el centro del campo de Rueda, que perdió el esférico y facilitó la contra de un Armenteros que marcó de nuevo y se salió. Dos regalos y dos goles. Errores de bulto para el equipo, que no son más que otra muestra de que quedan kilómetros por mejorar, pero no tanto tiempo para hacerlo.

¿Contra el Celta, la próxima semana, volveremos a ver la vida igual? ¿Fijaremos un punto de inflexión y cambiaremos la dinámica? Si no se confía en uno mismo, si no se tienen las ideas claras, es increíblemente complejo.


Resumen del partido que enfretó al Rayo Vallecano y al Real Valladolid el sábado.

lunes, 1 de noviembre de 2010

El que perdona, lo paga


Por fin me levanto de la cama con unas ganas adicionales de ver fútbol en segunda división. El partido, sin llegar a ser un derbi puro, lo merecía. Dos equipos de la región se enfrentaban de nuevo después de 3 años largos sin hacerlo. La última vez, en el Helmántico, el resultado fue de empate, con chaparrón inclusive.

Ahora, en 2010 todo ha cambiado mucho. Disfrutamos de tres años en primera división en los que llegamos a disfrutar muchísimo; en los que yo aprendí un escándalo. En los que maduré, como lo hicimos los aficionados del Real Valladolid, que aprendíamos a encajar derrotas injustas porque teníamos un estilo de juego definido que nos templaba, implantado por un hombre humilde llegado del norte de España: José Luis Mendilíbar. Pero todo pasa, y ahora escribo sentado en una segunda fila en la que tengo que estirar el cuello para disfrutar del buen fútbol.

Lo cierto es que, pese a bucear entre equipos de segunda división, encontrarse en ocasiones con la UDS me alegra, porque significa algo más que la gran mayoría de conjuntos de la categoría. Mi primer partido de fútbol en directo lo viví en el estadio del equipo salmantino, y aún lo recuerdo con mucho entusiasmo. Mi último, el sábado en Zorrilla, con ese particular ‘derbi’ –no lo considero un derbi pues históricamente no ha sido así-, entre dos equipos situados en una zona dulce de la tabla. Más aún sabiendo cómo andan conjuntos del nivel de Betis o Celta –el primero lanzado como CR7-.

Y ahí estaba, junto con ella y con mi ‘padrino pucelano’, media hora antes del comienzo el encuentro, charlando de todo. Hasta de fútbol. Enfrente de mí, miles de aficionados unionistas cantando, animando, y… pasándoselo bien. Cielo nublado, amenazante, pero callado y expectante. Ni ruido ni nueces. Comenzó el partido y también la intensidad en el equipo entrenado por Óscar Cano. Técnico al que seguir, por las esperanzas que está creando y por su corta edad.

La Unión dispuso de las oportunidades más claras de la primera mitad. Juanjo perdonó, tras sacarse un disparo sorprendentemente en el área chica; Kike tuvo más garra que nunca y estuvo incisivo aunque muy precipitado; Sarmiento dio muestras de sus cambios de ritmo y de su velocidad; Perico mimó el balón en la frontal, y lo manejó como quiso en busca de peligro, siendo, para mí, el hombre más destacado del cuadro charro. Un jugador a tener muy en cuenta, un media punta atrevido.

Por otra parte, el Real Valladolid veía como iba perdiendo el control del medio campo, en el cual sólo destacó alguna recuperación de balón de un Alonso que hizo las de ‘destructor’, jugando por detrás de Rubio. No tuvieron conexión con los delanteros, que tenían que correr de más para recibir el balón en el centro. Mientras, la banda derecha ejercía de protagonista gracias a un Sisí activo y luchador, pero que no conseguía irse de su marca. Que le faltaba la chispa de ese jugador desequilibrante y resolutivo.

En la banda de Antón los desequilibrios se hicieron notar, así como la descoordinación y falta de compenetración entre Guilherme y el propio extremo izquierdo. Una banda, la izquierda, que sufrió en defensa por las imprecisiones en esta faceta del lateral zurdo blanquivioleta.

Tras el descanso el partido cambió. Ni la Unión Deportiva Salamanca jugó como en la primera mitad, ni el Real Valladolid se dejó llevar y tentar a la suerte como en los primeros 45 minutos. El choque se puso realmente interesante. La intensidad era imitada por un equipo y por otro, y las llegadas se iban sucediendo en ambas áreas. El míster local, viendo que Álvaro no se encontraba cómodo, prefirió dar más velocidad a la banda izquierda con la entrada de Jofre. Y la verdad es que lo consiguió. El equipo comenzaba a ofrecer algo más, y a equilibrar los méritos que en la primera parte fueron íntegramente para el Salamanca. No obstante, estos tuvieron alguna ocasión clara antes de que llegara el regalo para los blanquivioletas.

Pero antes de ese regalo, entró quien lo brindó: Keita. El guineano sustituyó a un Calle que ha perdido su olfato ‘killer’ de inicio de curso, para dar movilidad al ataque. Y vaya si se salió con la suya. De un centro suyo por la derecha llegó el único gol del encuentro, obra del indispensable goleador Guerra. Jugador que como continúe en el club en Junio será catalogado de milagro. De seguir así.

Desde ese momento, en el que el estadio celebró el gol como se hacía en primera, la UDS no fue la misma. Se fundieron las pilas que funcionaron casi a la perfección en la primera mitad, y terminaron derrotados. Porque en fútbol, como mi ‘padrino pucelano’ me dijo antes de que terminara el encuentro, “el que perdona lo paga”. Y eso le ocurrió a una combativa Unión Deportiva Salamanca.

lunes, 25 de octubre de 2010

El hándicap anímico


Tan importante es un buen entrenamiento técnico-táctico, físico como…mental. Un buen equipo no sólo está compuesto por jugadores técnicamente buenos, físicamente portentosos y con los conceptos tácticos bien asimilados. También por futbolistas anímicamente competitivos. Que no se vengan abajo, que sepan sobreponerse a un gol inesperado, que llega en un mal momento, o de forma totalmente injusta. Que puede pasar, y que de hecho vemos casi cada jornada de fútbol, en algún penalti dudoso que trastoca un juego fantástico, un juego de victoria. Cuando ocurre esto, la cara de impotencia se dibuja nítidamente.

Y un dibujo del más puro realismo se trazó en el estadio Montilivi, cuando al comienzo de la segunda mitad, el árbitro vio, o se inventó, o se imaginó, un penalti de Marc Valiente a Peragón. Un ‘mamut’ de la categoría. El jugador gerundense controló con la mano, y recibió un leve empujón del central blanquivioleta. Roce y al suelo. Puro teatro, algo de lo que nos hemos acostumbrado, aunque a duras penas,
viendo partidos y partidos de fútbol.

Se me quedó cara de tonto, cuando Jandro convirtió desde el punto de penalti y ponía a su equipo por delante. Todo un buen juego conseguido en la primera mitad, en la que por fin pude ver una conexión especial, de un juego rapidísimo, profundo, y que buscaba constantemente perforar la portería de Santamaría. Pero esta jornada tocaba tener la puntería desafinada. Demasiado desafinada, porque ocasiones de gol no faltaron. Continuamente Nauzet buscaba superar su marcaje para brindar centros que Guerra pudiera rematar. Y éste lo conseguía, pero fuera. Sin premio. Y cuando se perdona, en multitud de ocasiones, se termina pagando. Vamos, que te quedas sin cartera incluso. Y el Real Valladolid volvió a casa sin ella.

De hecho, los cuatro primeros minutos de partido significaron toda una declaración de intenciones. Cuatro ocasiones, una por cada sesenta segundos. Un equipo que planteaba un juego realmente ofensivo, en el que los laterales se sumaban con facilidad en forma de seguidos desdoblamientos. (Menciono la labor de Antonio Barragán en la primera parte). Guerra buscaba incesantemente los espacios para crear peligro en el área rival, y Antón intentaba activar esa función de enganche que le encomendó el entrenador.

Lo cierto, es que en la primera parte, todos rayaron a buen nivel, incluido el tan cuestionado por todos nosotros, centro del campo. Rubio recuperaba muchos balones y Alonso organizaba el juego del Real Valladolid con criterio y acierto. Mientras, la línea defensiva se mantenía tranquila, salvo en alguna jugada rápida gerundense que acabó en nada. También es inequívoco que el partido se abrió al pasar por la media hora de la primera mitad, y el pucela no ocasionaba el mismo peligro, ni mostraba el mismo ímpetu que en los minutos precedentes. Eso sí, la posesión sí era blanquivioleta. Al contrario que en el choque ante Las Palmas. Y la posesión transmite una sensación de tranquilidad y seguridad, que amaina las críticas pasadas al equipo. Y alienta al aficionado que, como yo en el descanso, no se imaginaba que se iba a torcer tanto el rumbo del Real Valladolid en el segundo período.

Pero se torció. Salieron del vestuario los mismos futbolistas que habían disputado una de los mejores primeros treinta minutos de la temporada, pero cambiaron completamente. Tras el primer gol del Girona, lejos de intentar una remontada que tampoco se vislumbraba lejana, pues quedaba gran parte de la segunda mitad, se vinieron abajo. El hándicap anímico. No supieron reaccionar, volver a calmar el juego y llevarlo a donde ellos querían, y se perdieron las conexiones, la fluidez de juego, e incluso las ocasiones que sí hubo en la primera mitad.

El entrenador Antonio Gómez intentó dar algo de frescura en el ataque con la entrada de un delantero como Calle, que sustituyó a un desaparecido Álvaro Antón, y también algo de novedad en una banda que Sisí no supo aprovechar tampoco en Montilivi, con el cambio de Jofre. Finalmente Baraja salió por Rubio cuando apenas restaban 5 minutos para llegar a los 90. Intrascendentes sustituciones. Ni juego más directo, ni sensación de empate. El equipo estaba moralmente descolocado. Una puñalada que les había hecho mucho daño, en forma de penalti discutible.

No obstante, el problema no es que un árbitro decida una pena máxima sin ninguna justificación. El problema residió en la cabeza de los 11 del R. Valladolid, y en la nula capacidad de reacción que se presupone a un equipo que lucha por todo en segunda. La sensación de impotencia que sintieron no puede superar a la de la ambición por conseguir ganar. Ese gol no fue una excusa, porque llegó suficientemente pronto como para voltear el marcador si se volvía al juego de la primera mitad. Y el que llegó fue el que cerró el partido, de Despotovic, para el conjunto gerundense. Pero no se volteó, y como epitafio, la expulsión absurda de Nauzet. Baja sensible desde luego.

La mentalidad ganadora es inherente al equipo que sabe a lo que juega. Si de verdad un equipo se puede llamar ambicioso y competitivo tiene que demostrarlo cuando se ve perdiendo, sino es puro humo. Y este equipo aún divaga buscando su sistema, su identidad. ¿Por qué no jugaron como en los primeros treinta minutos de partido? Mismos jugadores, tiempo para remontar, pero diferente estado anímico.

lunes, 18 de octubre de 2010

Unas semillas que no terminan de brotar.


No puedo comenzar este pequeño texto sin decir que no pude ver el partido, por motivos personales. Pude escuchar los goles, por la radio, en una emisora nacional, mientras viajaba en el interior de un autobús que me recogió en Soria. Y es que, en contados momentos, surge la irrefrenable necesidad de sustituir algo que te encanta, por algo que te da la vida. Y fue una de esas ocasiones.

No obstante, si mi opinión no está fundamentada en lo visto, porque no he visto nada, sí lo está en las sensaciones de los aficionados y periodistas que pudieron ver la deseada victoria del Real Valladolid, tras cuatro partidos sin que ésta se encontrara con el conjunto blanquivioleta.

La gran mayoría coinciden en algo: eficacia. Si bien el pucela volvió a mostrar un juego poco vistoso, apagado, en el que la premisa parecía la de robo y contra, materializó. Dos goles antes del descanso que mataban un partido dominado por la U.D. Las Palmas, sobre todo hasta la lesión de un futbolista muy peligroso hasta el momento: Vitolo, que tuvo que dejar el terreno de juego en el minuto 13.

Y lo mataba sorprendentemente, pues en los últimos choques, al equipo de Gómez se le vio una dificultad para controlar los partidos que se ponían de cara, dejándose así remontar. Esta vez no. Y eso significa algo, y más ante un equipo que, según el técnico blanquivioleta: “practica el mejor fútbol de la categoría”.

Los de Paco Jémez están demostrando, pese a perder su condición de invictos de la liga en Zorrilla, que tienen jugadores para luchar por el ascenso. Juventud, mucha calidad, alternada con algunos jugadores veteranos que conforman un equipo muy interesante para seguir arriba. Y para ir añadiendo a precoces quinielas.

Pero al R.Valladolid le tocaba volver a ganar, y en casa. Lo hizo de forma holgada, pero con un marcador (3-0) que no refleja lo sucedido en el campo. Porque Jacobo estuvo salvador, y evitó que el partido pudiera haberse decantado del bando visitante.

También es recalcable la forma en la que llegaron los goles. El primero, de penalti sobre Guilherme, que transformó el cada vez más goleador Alonso; el segundo, gracias a la cabeza de Arzo, tras un córner botado por el ‘14’ salmantino; el tercero, que en propia puerta consiguió el central David García( Eso sí, intentando cortar un balón que Guerra remataría casi con toda probabilidad a puerta. Y también, a pase de Nauzet, jugador actualmente indispensable en la banda).

De todas formas, muchos aficionados continúan con un sabor agridulce por no encontrar aún la forma idónea de jugar. Por ver a un equipo que se repliega demasiado y abusa de las contras, y que deja jugar. Por percibir un medio del campo que lejos de imponerse, no muestra la técnica que posee. Sí, es fantástico ser extremadamente eficiente, pero no siempre va a ser así.

Existen futbolistas en la plantilla con la suficiente calidad para dominar los partidos, y una plantilla para imponerse a cualquier rival de la categoría sin tener que sufrir de la forma en la que se está padeciendo en los partidos ligueros. Las semillas podemos encontrarlas bajo tierra, pero todavía no se han decidido a brotar. Y espero que no aguarden hasta primavera.

Dicho esto, y con los tres puntos en Valladolid, el equipo vuelve a colarse en la zona de playoffs, a 4 puntos de los líderes, y en otra situación más tranquila que la vivida durante esta semana.

Y pensando de forma positiva, aunque el Real Valladolid no termine de convencer a sus seguidores, tiene la posibilidad de dar caza a Rayo y Celta de conseguir buenos resultados en los siguientes encuentros ligueros, en los que jugaremos contra ellos.
Antes, toca visita a Montilivi, estadio en el que juega un Girona que tampoco parece tener un nivel superior a la Ponferradina que nos encerró en un Toralín que se vistió de inexpugnable hace una semana.

El sábado, esperaremos ver más sonrisas entre los blanquivioletas, y a poder ser, un mejor juego colectivo. Porque la afición pucelana quiere ganar, pero quiere convencer.

martes, 12 de octubre de 2010

Cambiad el chip.


Volvía el fútbol, un domingo más, a una localidad que ya echaba de menos esa división de plata que visitó poco tiempo antes: Ponferrada. Y retornaba, el Real Valladolid, para intentar volver a la victoria. El rival, teóricamente inferior, tanto en plantilla como en situación en la tabla, hacía pensar que había llegado el momento de ganar después de tres jornadas sin conseguirlo.

Pero me equivoqué. Volví a encender mi ordenador, sintonice en cualquier página de la red el partido, y tomé bolígrafo y papel para apuntar lo que iba sucediendo a lo largo y ancho de El Toralín. Es costumbre en mí cuando sigo al Real Valladolid en casa. Y suele ser útil para mí. Pero no hoy. No echaré mano a ese papel. Lo dejaré por ahí tirado.

Hoy no es necesaria una crónica. Porque en ocasiones, todo un proceso, un acontecimiento que comienza en el minuto uno, y que finaliza en el 90, puede resumirse en una sola palabra. O en pocas. Y eso intentaré plasmar en esta pequeña opinión.

Todo empezó mal. Los aficionados vemos volar los puntos entre las inquietudes de unos pocos, que aumentan por cada partido sin puntuar. Y hoy son ya cuatro. De siete. Si bien la situación en liga no parece nada mala…es sólo una alucinación. Nueve puntos en los tres primeros partidos que fijaron al equipo en la zona más oxigenada de la liga, y que favorecieron a la calma y a la confianza.

Pero en Sevilla el equipo, sin jugar mal, ni mucho menos peor que desde entonces, perdió el partido y no reaccionó. No corrigió los errores, sino que persistió en los puntos negros que ensombrecieron un inicio fulgurante del equipo de Pisuerga. Desde aquel domingo al mediodía en el compacto bloque de Gómez, numerosas grietas comenzaron a aparecer, primero en forma de pequeñas vetas, para más tarde originar en anchas fisuras. Y cada partido van debilitando la credibilidad del arquitecto.

Ante la Deportiva, el pucela volvió a enseñar su peor cara. La cara de un equipo que no parece tan seguro como al principio, cuyos goles dependían de dos delanteros que estaban muy acertados de cara a puerta. Hoy día únicamente lo está uno, pero está solo. Porque el otro vaga desaparecido, invisible. Y éste último se llama Antonio Calle.

Quien nos cerró la boca de la crítica y la suspicacia, ahora vuelve a abrírnosla. El madrileño ya no marca, y ya no aporta al ataque. Y me preocupa que tampoco en defensa. Así consigue dejar perdido a Guerra, que debe hacer el doble de tarea, sumado a ello el estorbo de un futbolista que no está sumando.

Contra la Ponferradina volvió a desaparecer. A esconderse entre los zagueros bercianos. Y ya. También contagiado del resto del equipo. Menudo constipado. Pero no fue el único que se puso la capa de la invisibilidad.

De nuevo, el centro del campo se ausentó. Siguen sin tomar la posesión del balón, sin hacerse dueños del juego, por lo cual no se trenza prácticamente ninguna jugada de ataque de forma combinada. La única solución, radicó en los apoyos que constantemente Javi Guerra daba a los mediocampistas para ayudar a sacar el balón. Pero no es igual. Porque Javi no es organizador. Es delantero.

El doble pivote naufraga completamente, con Rubio activado en modo sin ideas, y con Rueda que jugó como titular y que estuvo correcto en comparación a lo que se vio. Demostró algo más que su compañero de lucha en la medular. Pero no domina, no existe, no crea, no conecta. La misma historia de siempre. Los delanteros viven a kilómetros del centro, salvo cuando Guerra apoya. Pero no olvidemos que él tiene que jugar más arriba.

Y para más inri, las bandas no existieron. Lo intentó Sisí pero volvió a perder la partida, esta vez en su banda derecha. Por la paralela jugó Óscar. Muy desafortunado, pues no es su lugar natural de juego. Por inercia, constantemente se dirigía hacia el centro para jugar, pero no creaba ningún peligro. Está lentísimo, y fallón. Así, Guilherme hacía las de extremo, pero sin profundidad alguna.

No llegadas peligrosas del conjunto blanquivioleta en los primeros 45 minutos. En los segundos, el gol de Guerra, plausible desde luego. Curiosamente cuando el equipo más sufría, por las acometidas de la Ponferradina, que salió de vestuarios con mucha más intensidad que el R.Valladolid. El soberbio tanto del malagueño, de lo poco con lo que me quedo del partido. Y es que demostró mucha calidad dentro del área, pues no le tembló el pulso al recortar a su marca hacia la izquierda, e introducir el balón con su diestra a la portería del ‘meta’ local.

En este repaso de las líneas del equipo, también me centro en la defensa. Claramente se ve un líder de la zaga, llamado Marc Valiente. Joven, criado en La Masía, compañero entre otros de Cesc Fàbregas o Piqué en la cantera blaugrana, ha sabido acoplarse perfectamente y demostrar sus habilidades defensas. Muy serio, seguro, bien colocado y superior por alto. Confiere una tranquilidad que está beneficiando a una defensa que, en cambio, no está al mismo nivel que él.

Y es que su compañero en el centro de la zaga, Arzo, está cometiendo errores que han supuesto goles en los últimos partidos. Y personalmente, pienso que necesita descansar y ser cambiado por Jordi, que rindió bien en su choque ante el Huesca de Onésimo en Copa.

En cuanto al partido de Pedro, saco una conclusión muy clara. En defensa es luchador, pero despistado en las marcas y en ataque destaca mucho más. El domingo no subió la banda, no aportó ofensivamente, y eso se percibió. Porque cuando ‘Pedrolo’ corre hacia la portería, el equipo lo nota. Él suele ser el promotor de muchas jugadas que terminan en gol.

En cuanto a la portería, Jacobo sigue al nivel que exige la segunda división, y estuvo correcto ante la Deportiva.

Finalmente, y en el análisis a los suplentes, percibo un atisbo de confianza en uno de ellos: Antón. Intentó algo más, por la banda izquierda, y creó peligro en una jugada a balón parado. Además pretendió sorprender a Queco Piña desde lejísimos. Tiene un disparo genial y eso tiene que ser explotado de alguna forma. Hizo más que Óscar. Lo veo por delante de él ahora mismo. No así a Keita, que tan sólo corre y no ha demostrado aún por qué fue ese fichaje de gran nivel concretado sobre la bocina.
Respecto a Baraja, que sustituyó a un lesionado Rueda, tan sólo pude ver cómo erró en su despeje, y consecuentemente llegó el gol del empate, obra de Saizar. Muy desafortunado Javier en el día del domingo.

En conclusión: al equipo le falta ser equipo. No dominan con claridad, no dominan con inteligencia, ni con peligro. El juego está partido, y se basa en unas bandas cada vez más desapercibidas. Algunos futbolistas no están al nivel de la titularidad y se necesitan cambios. Y cambios de chip, igualmente. Y además, ¿podrá Antonio Gómez cambiar el suyo?

martes, 5 de octubre de 2010

Crónica y breve opinión del R.Valladolid-Albacete


Cómo estoy empezando a odiar los lunes de fútbol. Y los viernes, y todo horario infame para ver un deporte que navega a la deriva de las televisiones y de quienes deciden cuándo se disputan los partidos. Y como no podía ser de otra manera, el Real Valladolid tenía que formar parte de ese barco, como así lleva siendo desde el comienzo de temporada. Seis partidos disputados, seis televisados. Genial solución para quienes compran GOL TV y no están interesados, o sencillamente les es imposible acudir al estadio. Fatal para los que podemos desplazarnos al Nuevo José Zorrilla, pero no un lunes a las 9 de la noche. Desde luego que nunca llueve a gusto de todos. Y esta vez me tocó empaparme. Y de qué manera.

Así pues, con la pantalla del portátil, y una página donde puedo encontrar emisiones de partidos, formé la combinación necesaria para, al menos, verlo desde casa. Sin cortes, al menos. Y lo que pude contemplar no me dejó satisfecho, sino con una sensación agria. Tan agria como el sabor de nuestras bocas cuando tomamos una pastilla contra el resfriado y nos olvidamos de la cucharada de miel. Confiamos en que esa pastilla repugnante surtirá efecto y nos aliviará, pero en ese momento nuestra cara toma un matiz de asco.

Algo así sentí al finalizar el partido del lunes ante el Albacete, en una jornada que nos deja en una zona noble, pero mediana de la tabla, con siete clubes en una situación superior. Siete equipos que miran sonrientes cómo el pucela se atasca y suma tres jornadas consecutivas sin sumar 3 puntos. Y sus goleadores frenan sus rachas. Y se empieza a cuestionar la alineación de Antonio Gómez, y los aficionados se alteran, y las desilusiones tempraneras llaman a la puerta, y la moderación sale a flote, y…Bueno, no nos adelantemos. No vayamos tan rápido.

Entrando en el partido. El Real Valladolid salió de inicio con una alineación conservadora, en la que sólo dos jugadores cambiaban respecto al once titular del partido ante el Elche. Jorge Alonso, titular, en lugar de Baraja; Guilherme, que volvía tras sanción, en la posición de Peña.

El partido comenzó igualado, con un Albacete que trataba bien la pelota y que dispuso de ocasiones que obligaron a Jacobo a intervenir. No obstante, un Real Valladolid que no controlaba el partido, esperaba para robar y salir a las contras. Esperaba a la ayuda divina de las bandas, y que de éstas se crearan jugadas que pusieran en riesgo la portería manchega. Así, de Nauzet, surgió una oportunidad muy clara, que erró finalmente Guerra. El canario combinó de forma genial con Guerra en el costado derecho, y finalmente el delantero blanquivioleta desperdició un gol factible.

El equipo, arriba, seguía perdido y muy desacertado. Calle y Guerra, sobre todo el primero, esperaba sentado en la orilla de una isla perdida para ver si divisaba a algún centrocampista que le diera el balón. Guerra, al menos, intentaba nadar en busca de ‘la supervivencia’. Gracias a su movilidad y lucha generó la ocasión más evidente de peligro para el conjunto albivioleta. Fue iniciada tras una incorporación al ataque del lateral Pedro López, que sirve a Javi Guerra, quien se interna en el área, frena, recorta sobre su marcaje, y busca el palo largo, errando el disparo al querer colocarlo.

Eso sí, el movimiento fue maravilloso. Pero faltó finalización, de lo que adoleció el pucela en este partido. Antes de esta oportunidad, Rubio marcó un gol que fue anulado por fuera de juego; y Arzo nos asustó tras estar cerca de marcar en propia puerta.

Con el paso de los minutos, el equipo de Gómez iba dominando el balón, y lo movía con mayor criterio y cuidado. En total, con más control. Pero sin gol. Tímidos disparos desde fuera del área, que no creaban mayor peligro en la portería del costarricense Keylor Navas.

Por parte visitante, Tato, el jugador más insistente del cuadro albaceteño, hacía correr a la zaga pucelana para pararle. Antes del descanso, al pucela se le anularía otro gol por fuera de juego justo de Javi Guerra, que remató un centro medido de Nauzet. Y con empate a 0 se llegó al descanso.

Tras la reanudación, el Albacete volvió a tomar las riendas del encuentro y tuvo situaciones manifiestas de gol que desperdició. De nuevo el Real Valladolid salía de vestuarios aletargado. Aunque contestó a los ataques rivales, pero sin esa chispa de fortuna y de buen juego que venía demostrado en otros partidos en casa.

Así pues, se produjo el primero cambio dando entrada a Baraja en lugar de un Rubio al que no se le vio. El centro del campo siguió sin imponerse, aunque Jorge Alonso intentó dar vida al equipo, y parece que jugó motivado por su titularidad. El equipo no era el dueño del partido, no tenía la posesión, y ese dominio y superioridad que se le supone a un rival favorito para el ascenso, que para más inri juega en su casa. Esperaban para salir en contragolpes y marcar. Pero no era tampoco el día para explotar ese estilo de juego. Era el día para que el centro del campo se asociase con los delanteros, y eso no sucedió.

El toque de atención, el aviso de que este sistema de juego no termina de carburar, lo puso el penalti señalado al Albacete por manos claras de Arzo, al que se le cruzaron los cables incomprensiblemente. Corría el minuto 60 y nos veíamos por debajo, aunque mereciendo algo más, por empeño, más que por juego.

Intentaron reaccionar, y consiguieron la igualada tras un zapatazo tremendo de Jorge Alonso desde la frontal que se coló por la derecha del portero manchego. Tan sólo 6 minutos después del 0-1. Parecieron despertar tras el empate, entre ellos Sisí, que prosigue en un nivel mediocre para lo que él es, y más en esta categoría.

Es palpable que el juego del equipo mejoró tras el empate, pero seguían demostrando que faltaba confianza, liderazgo, y esa suerte de cara al gol que no se conseguiría en los minutos restantes. Al final se produjeron los dos últimos cambios en los que Óscar y Jofre entraron al terreno de juego, en lugar de Calle y Nauzet. La insistencia de un Guilherme ‘superatacante’ originaba alguna ocasión que levantaba “uys”.

Pero de la oportunidad de la quemás se lamentaron los 9.000 asistentes a este partido televisado un triste lunes, fue la creada por Guerra, que disparó, tras una gran carrera aprovechada por un error en la entrega del Albacete, demasiado escorado y esperó demasiado para ello. Insistencia final y nada más. Cuando el Real Valladolid era dueño del esférico el Albacete buscaba alguna contra bien llevada por el paraguayo Nelson Cuevas, que era bien anulada por la defensa morada.

Saliendo del partido: el equipo no despega. Primer tropiezo en casa, tercer tropiezo sucesivo. Necesitan un cambio de planteamiento. De planteamiento mental y de juego. Buscar el control del centro del campo, y una conexión con los delanteros, sin tener que basar el juego ofensivo únicamente en las bandas. Un centro del campo que juega excesivamente atrasado, por lo que hay que alargar demasiado los cables que conecten con los delanteros. Y la corriente no llega con la misma rapidez.

Quizá es necesario que Rubio descanse, y que se le dé la oportunidad a un destructor como Rueda, que junto a Alonso, pueden complementarse en la media. También hecho la vista atrás, aunque no demasiado, y recuerdo el partido que el Real Valladolid ganó al filial del Villarreal. El equipo jugó con un sólo delantero y otro jugador por detrás. Se presionó mucho más arriba, y por lo tanto conseguían el dominio del balón y un juego más elaborado y ofensivo, con buenas combinaciones entre la segunda línea y Guerra. Cuando salió Calle, desde el banquillo, remató la faena. Tal vez, como digo, sea el momento también de un cambio táctico. Pero yo no soy el entrenador, sino que tan sólo es una opinión. Una forma de verlo que es compartida por otros tantos.

lunes, 27 de septiembre de 2010

El Real Valladolid se quedó destapado. Y con un amargo escalofrío


Me levanté en la mañana del domingo con mucho, mucho frío. Destapado. La vida, en ocasiones, da pequeñas pistas del por qué de las cosas; escribe premoniciones en los hechos, aunque éstas no sean visibles. Incluso para algo tan dulce como un hobbie. Algo tan atractivo como el fútbol. Deporte que, en algunos momentos, también destapa carencias ocultas bajo una sonrisa por el triunfo.

Para el partido ante el Elche, había decidido quedar con dos buenos amigos, ambos pucelanos, uno aficionado al Real Valladolid. Primer contratiempo leve, primer presagio: bar cerrado. Bueno, no era un problema, pues existía otra opción admisible en la recámara. Por tanto, rumbo a la mesa, rumbo al pincho con coca-cola, y a ver fútbol.

Sensaciones similares a las vividas con el partido del Betis. Una primera parte sin buen fútbol pero igualada, en la que el empuje ilicitano permitió que estos dispusieran de algunas ocasiones de gol. Oportunidades, que en el bando pucelano, nacían, silenciosas, en las botas de Nauzet Alemán y morían, bien en la frontal del área, o en jugadas sin peligro alguno. No había fluidez. No había conexión, de nuevo, entre los pivotes y los delanteros. Y las bandas cojeaban, pues sólo la derecha creaba peligro manifiesto para Willy Caballero y la línea defensiva local. El juego estático dominó al Real Valladolid, que sólo pudo romper esa realidad en alguna triangulación realizada en la línea de tres cuartos de campo. De nuevo, Calle, se hallaba solo y Guerra luchaba por zafarse de la presión rival y poder rematar a puerta. Y lo consiguió, pero en una transición rapidísima generada por Pedro López (ofensivamente más acertado en este inicio de temporada que defensivamente) en el flanco derecho, quien brindó un pase un Nauzet convertido en bala, para que éste sirviera a Guerra un gol en bandeja. Un tanto que valía, hasta después del descanso, tres puntos. Y algo más, porque valía moral, motivación, y demostraba fortuna. Curioso, parece que aún los de Gómez estaban jugando en Sevilla. Peligrosamente parecido al partido del Betis, porque si bien el Elche tuvo las mejores oportunidades, el electrónico marcaba algo totalmente distinto. El Real Valladolid se volvía a ir al descanso por delante sin tener la sensación de haberlo merecido.

Y claro, el fútbol suele ser justo. Termina poniendo a cada uno en su lugar. Y en una división tan disputada y dura como la segunda, aún más. Y es que el Real Valladolid está pecando, en los partidos que juega fuera de casa, de no saber matar el partido, dormirlo y llevarlo a su terreno. Y así llegó el gol tempranero de Kike Mateo, en el minuto 46 de partido, para igualar un choque y hacer tabla rasa. El Elche, con oxígeno tras el gol, buscó la remontada, en una segunda parte en la que el Real Valladolid no podía dominar, no podía hacerse con el balón, ni mucho menos disponer de ocasiones para volver a la victoria. No tenía ideas, y jugaba a merced de un conjunto ilicitano que me transmitía una sensación de superioridad que, más tarde o más temprano, parecía que acabaría en gol.

Por cada acercamiento de los franjiverdes torcía mi cabeza hasta apoyarla en la silla de aquel bar salmantino, en el que se podía ver colgada la camiseta unionista de Jorge Alonso, con el 14. Ni con la salida del mediocentro por Rubio lo veía claro, quien tenía la misión de elaborar un juego que el conjunto blanquivioleta no había creado en todo el partido. Percibía que en cualquier momento la profundidad del Elche terminaría por decidir el partido. Jacobo entraba en escena en un papel mucho más importante que en la primera mitad, y se llevaba una gran ovación. El resto de jugadores, meros espectadores que intentaban crear alguna contra para buscar su particular galardón.

Y algo parecido consiguieron cuando el hombre de aquella camiseta blanca y negra, colgada en la pared de aquel bar, se inventó un pase, que voló por encima de la línea defensiva ilicitana y que terminó en otro experimento de la segunda mitad, Óscar González, quien chocó con el portero Caballero. Penalty, y el arquero expulsado. De nuevo, cuando el pucela corría a la voluntad del equipo local, la oportunidad de enmendar ese problema apareció. Y fue aprovechada tras el gol que Jorge Alonso alcanzó. Y con Palanca, un hombre decisivo para el Elche y generador de peligro para los vallisoletanos, de portero.

Seguía asombrado por verme ganando sin haber tenido un partido cuyo resultado merecía ser ese. Me sentía arriba en la liga, y me dije: “este tipo de victorias nos enseñarán a saber ganar cuando el partido está de espaldas y la moral volverá a estar por las nubes”. Pero nada estaba aún decidido. Las premoniciones llegaron, desplegaron su verdadera cara y se convirtieron en el gol que nadie esperaba, cuando el partido moría en el minuto 92, y ya algunos aficionados franjiverdes se levantaban para abandonar el Martínez Valero. El equipo destapó sus carencias, al no saber matar un partido que tenían en posesión con un resultado inesperado en cierta manera, y con un hombre más sobre el terreno de juego. Y para más extravagancia, con uno de los jugadores más incisivos de este luchador Elche, Palanca, de portero. De mi boca sólo salían palabras nerviosas, impacientes. Y cuando observé, incrédulo, cómo Pelegrín remataba al palo largo un rechace de una defensa que, junto con todo el equipo, ya había tomado rumbo a vestuarios desde el penalty, mis palabras ya no eran eso. Eran algo más grave.

Y me levanté de aquella silla que me había sufrido durante todo el partido muy cabreado, apretando la mandíbula y frunciendo el ceño, por no saber aprovechar las ocasiones que nos han brindado, tanto en el partido ante el Betis, como en el vivido en Elche. La ocasión de sumar positivo en un partido que se podía haber perdido. Hemos de ser listos y hablo en primera persona porque soy aficionado. Hemos de tener picardía; ser sagaces. Si el equipo está ganando, juega con un hombre más, corre el minuto 92, hay que evitar que el rival tenga la posesión. Pero no hay que replegarse, porque quienes van por detrás en el marcador van a comerse al contrincante y conseguirán tener, al menos, una ocasión para lograr el objetivo. Como la que conllevó al gol. Cuando el equipo se mueve entre estos factores tiene que actuar más rápido que el otro, y mantener la cabeza en el encuentro.

Y el problema es precisamente la desconcentración que se ha acusado cuando el Real Valladolid marchaba por delante, sin verse dueño del partido. Y mientras, jugadores con hambre de jugar, como Rueda, Lázaro, o Antón por nombrar algunos, en el banquillo esperando la oportunidad que otros no están aprovechando como deberían. Y eso, a buen seguro, lo ha percibido Antonio Gómez. Un entrenador que para el próximo compromiso liguero, en mi opinión, debería hacer algunos cambios en el once. Empezando por el centro del campo. Y quien sabe, si volver a introducir a un media punta y dejar solo a un delantero de inicio, podría crear dinamismo, movilidad, y juego combinado en el centro del campo, y por tanto un mejor nexo de unión con el 9 blanquivioleta.

Lo que está claro es que al técnico madrileño le espera una semana intensa, en la que tienen que captar de una vez por todas, el obstáculo que están teniendo en este inicio. En la que los jugadores deben aprender, y absorber ese problema de concentración, para que ante el Albacete en casa, y sobre todo en los venideros encuentros a domicilio, no tropiecen con la misma piedra que les ha llevado a sentir una impresión amarga de lo acontecido a las dos menos cuarto de la tarde de un frío, y destapado, domingo de otoño.