Los enfrentamientos entre la UD Salamanca y el Real Valladolid siempre se han enmarcado dentro del riesgo que supone la rivalidad geográfica. Se han declarado de alto riesgo y la policía ha aumentado sus efectivos para preservar la seguridad de los aficionados asistentes al partido. En el partido jugado el domingo, la situación fue distinta.
Si bien el encuentro se declaró de alto riesgo, con el pertinente incremento de furgones de policía, no se tuvieron que lamentar incidentes graves. El único percance tuvo lugar en el recorrido hacia el estadio, concretamente en la zona de la Plaza de Toros de Salamanca, donde se había organizado una quedada que no tuvo éxito. Un joven unionista recibió un golpe con un vaso en la cabeza, por lo que tuvo que acudir al hospital.
Hechos aislados que no se repitieron en los aledaños del estadio antes del partido. La hora del encuentro, el mal tiempo y la poca expectación levantada, ayudaron a mantener la tranquilidad entre ambas aficiones. La blanquivioleta, que llegó directamente en autobuses y automóviles propios, tuvo tiempo para reunirse y tomar algo en los pocos bares emplazados al lado del Helmántico, donde compartían desayuno y charlas con seguidores albinegros.
Un ambiente relajado que tampoco se turbó demasiado en el transcurso de los 90 minutos de juego. Un silencio atípico en un duelo de estas características dominaba la grada. Por parte local. Y es que la entidad salmantina decidió fijar el día de ayuda al club con la visita del Real Valladolid, cuya respuesta fue escasa: 6487 asistentes.
Una grada semivacía, situada en la zona alta de las tribunas, ya que la lluvia no cesaba y, acompañada del viento, dificultaba la comodidad de un aficionado ya de por si incómodo debido a la situación que atraviesa el conjunto entrenado por el cordobés Pepe Murcia. El fondo joven salmantino desplegó un pequeño tifo y animó en momentos puntuales, pero el silencio fue el protagonista general de la grada del Helmántico.
Por el otro lado, los aficionados del Real Valladolid pusieron la chispa y la animación, aprovechando el desplazamiento y el resultado tan sorprendente que estaban presenciando. Ocuparon toda la curva visitante y no pararon de animar a lo largo de las dos horas en las que ocuparon la vibrante esquina sur del estadio.
Dentro del estadio no hubo ningún incidente a mencionar. El sector visitante estuvo vigilado por los policías que formaban una barrera humana, fortalecida en la pequeña jaula donde los ultras vallisoletanos se situaron. Los únicos momentos en los que se demostró la poca simpatía que se tienen, por lo general, ambas aficiones se representaron en los cánticos despectivos de una y otra afición, siempre comunes cuando se cruzan sus caminos.
Al término del partido, y fuera del estadio, nada sucedió. Indignación de un bando, cansado por las actuaciones arbitrales que están viviendo, y alegría sorprendente del lado de los desplazados, quienes no veían un resultado tan magnífico desde hacía mucho tiempo. Silencio y afonía, unos por disgusto y cansancio; otros, por gritar y celebrar goles como pocas veces lo habían hecho.
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