jueves, 19 de mayo de 2011


Suelo pensar que el éxito reside en la confianza. El trabajo bien hecho, permite obtener lo deseado, aunque sea a un plazo mayor del esperado. La seguridad te oxigena y barre con cualquier conato de duda, de esas que, poco a poco, disminuyen tu moral y te acercan hacia el fracaso. Temido fracaso.

Mantener el cuerpo firme, rígido, decidido, no es tarea fácil. El tiempo no siempre acompaña. Llegan ventiscas, granizo, el invierno y los cambios. Todo ello desestabiliza, incluso al mejor cirujano, al premio Pulitzer, al Nobel de la paz, al aficionado de fútbol y a su propio equipo.

Pero se consigue. Caminar recto es posible; olvidar el pasado indeseado está en las botas de los jugadores del Real Valladolid que cayeron ante el Tenerife de una forma tan indescifrable como típica. Relajación, ansiedad disimulada del que desea terminar algo, porque no lo disfruta, aunque lo necesita para alcanzar su meta.

Los blanquivioletas salieron a jugar con el partido casi ganado. La sombra de las islas parecía olvidada para Abel Resino, después de haber caído contra Las Palmas cuando el conjunto pucelano ya empezaba a ganar con convencimiento. Entonces, la cara invisible de la confianza, como la hermana gemela despechada, apareció para descenderlos a la realidad. Las dos caras de un sentimiento capaz de levantar a un grupo, o hundirlo.

En el Real Valladolid tienen claro qué cara prefieren. Haber coqueteado con la claridad engañosa del que se cree ganador innato, les debe servir como toque de atención de cara a los últimos partidos de la liga regular, y, más aún, para fortalecer sus opciones en los cruces de junio.

Trazamos una línea convergente entre la confianza sana que el equipo pucelano ha de mostrar en el próximo encuentro con el Nástic de Tarragona y las dudas crecientes de los aficionados que no comprenden una derrota, cuando se caminaba sobre moqueta.

Si el toque de atención tiene que ser asimilado por la plantilla al completo y su técnico, también ha de afectar al seguidor. El apoyo mostrado cuando la racha parecía más bien una etapa, no puede decaer por un tropiezo. Que el tropiezo sea único, por parte de ambos interesados, equipo e hinchada. Y sirva como lección final, antes del momento definitivo de una campaña escindida en dos bloques de análisis, encabezados por los dos entrenadores Gómez y Resino.

En cierto modo, es de club sensato no titubear en este preciso instante vivido en Valladolid. Es de club sensato –englobo tanto seguidor como equipo-, confiar en el trabajo previo que ha facilitado la posición –ni soñada cuando se perdió en Jerez de la Frontera- en la que el cuadro de Abel Resino se mueve. No hay que olvidarlo. Y ahí, en esa coyuntura, es donde las miles de personas que visitan Zorrilla cada dos semanas, han de mostrar que creen.

Porque una derrota anónima no significa nada si se disputan los partidos con ideas claras, jugadores con valor diferencial, unidos por ascender, y unidos con la afición. Ante el Nástic, desechemos el lado arriesgado de la confianza. El que nos hizo perder en Tenerife. Optemos, pues, por la garantía de un esfuerzo que está ayudando a llevar, al club del Real Valladolid en su extenso conjunto, a disputar unos partidos extra, con valor extra, y premio extra.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Sin salpicaduras


Me pongo mi nueva camiseta de la selección turca de fútbol. Sin número, ni jugador. Me gustaría sellar el nombre de Nuri Sahin, mediocentro de enorme calidad. Compro unas bolsas de fritos y llego a casa de unos compañeros de Facultad, para ver el fútbol en comuna. El último de los cuatro clásicos. Por fin.

Es fascinante sentirse neutral en batallas de esta teórica altura. Te mantienes al margen, analizas cómodamente, y no sufres. Bueno, podría entrecomillar la última sensación. Y es que hasta el más santo ha terminado afectado por el veneno creado por dos rivales, supuestamente, paradigmas del fútbol español. Algunos podían ser beatificados, de paso.

Terminas cansado. Como si una infección de ira y división hubiera entrado en los cuerpos de todos los españoles. Terminan divididos. Dos opiniones, dos visiones insanas alimentadas por el fútbol y lo que lo rodea, incluido la prensa. Aparecen madridistas y culés desde debajo de las piedras para mostrar, casi como un asunto de Estado, su amor y fidelidad por los colores.

Aborreces los informativos deportivos y cambias de canal. Únicamente esperas el instante en que termine el último partido del tormento. Sí, tormento. Porque el fútbol se ha visto injustamente relegado a un plano irrelevante para la mayoría, y lo que es más importante, para la prensa especializada.

Los aficionados neutrales hemos acabado resignándonos, girando la cabeza para mirar hacia otro lado. Esta pelea no era la nuestra, aunque nos salpicaron las secuelas. Difícilmente eludibles. Sin embargo, tenemos escudos, ante esta vorágine de cinismo y extremos.

Tenemos a nuestro equipo del alma, ese que viste una camiseta inconfundible para nosotros. La más bonita y especial, ya que es única. Sin salpicaduras. Que no vive guerras originadas por el lado amargo del deporte de competición. No las vive, al no disponer de esa fama, a veces implacable y extenuante. Estar en boca de todos, en el foco de todas las cámaras, puede terminar por formar dos opiniones. Sobre todo cuando no se gestiona bien; cuando malgastas y pierdes el control de tu responsabilidad como ejemplo para mucha gente que te observa.

Nuestro equipo viaja entre cotas populares demasiado bajas. Él también ha padecido decisiones arbitrales dudosas y perjudiciales. Se ha quejado, por supuesto, sin crear un conflicto exterior. Tampoco ha podido, al no tener ni los mejores futbolistas del mundo ni el entrenador más peculiar y excéntrico.

Por una parte, es un alivio. Ser el centro de atención fatiga demasiado. Imaginad, si hasta los futboleros más empedernidos han suspirado con el fin de tanto clásico. Querían ver fútbol, pero y se encontraron con discusiones, sinrazones, excusas y victimismo de los dos grandes. Gran ejemplo.

Vuelvo a casa, con mi camiseta de Turquía. Pienso en el próximo partido. El Real Valladolid visita Soria, en busca del sello para certificar su participación en el concurso “sólo puede quedar uno”. No, no hay ninguna guerra fuera del terreno de juego, ni batallas dialécticas. Las disputas para los que quieran llamar la atención. Nosotros queremos seguir teniendo nuestra camiseta sin salpicaduras.