lunes, 25 de octubre de 2010

El hándicap anímico


Tan importante es un buen entrenamiento técnico-táctico, físico como…mental. Un buen equipo no sólo está compuesto por jugadores técnicamente buenos, físicamente portentosos y con los conceptos tácticos bien asimilados. También por futbolistas anímicamente competitivos. Que no se vengan abajo, que sepan sobreponerse a un gol inesperado, que llega en un mal momento, o de forma totalmente injusta. Que puede pasar, y que de hecho vemos casi cada jornada de fútbol, en algún penalti dudoso que trastoca un juego fantástico, un juego de victoria. Cuando ocurre esto, la cara de impotencia se dibuja nítidamente.

Y un dibujo del más puro realismo se trazó en el estadio Montilivi, cuando al comienzo de la segunda mitad, el árbitro vio, o se inventó, o se imaginó, un penalti de Marc Valiente a Peragón. Un ‘mamut’ de la categoría. El jugador gerundense controló con la mano, y recibió un leve empujón del central blanquivioleta. Roce y al suelo. Puro teatro, algo de lo que nos hemos acostumbrado, aunque a duras penas,
viendo partidos y partidos de fútbol.

Se me quedó cara de tonto, cuando Jandro convirtió desde el punto de penalti y ponía a su equipo por delante. Todo un buen juego conseguido en la primera mitad, en la que por fin pude ver una conexión especial, de un juego rapidísimo, profundo, y que buscaba constantemente perforar la portería de Santamaría. Pero esta jornada tocaba tener la puntería desafinada. Demasiado desafinada, porque ocasiones de gol no faltaron. Continuamente Nauzet buscaba superar su marcaje para brindar centros que Guerra pudiera rematar. Y éste lo conseguía, pero fuera. Sin premio. Y cuando se perdona, en multitud de ocasiones, se termina pagando. Vamos, que te quedas sin cartera incluso. Y el Real Valladolid volvió a casa sin ella.

De hecho, los cuatro primeros minutos de partido significaron toda una declaración de intenciones. Cuatro ocasiones, una por cada sesenta segundos. Un equipo que planteaba un juego realmente ofensivo, en el que los laterales se sumaban con facilidad en forma de seguidos desdoblamientos. (Menciono la labor de Antonio Barragán en la primera parte). Guerra buscaba incesantemente los espacios para crear peligro en el área rival, y Antón intentaba activar esa función de enganche que le encomendó el entrenador.

Lo cierto, es que en la primera parte, todos rayaron a buen nivel, incluido el tan cuestionado por todos nosotros, centro del campo. Rubio recuperaba muchos balones y Alonso organizaba el juego del Real Valladolid con criterio y acierto. Mientras, la línea defensiva se mantenía tranquila, salvo en alguna jugada rápida gerundense que acabó en nada. También es inequívoco que el partido se abrió al pasar por la media hora de la primera mitad, y el pucela no ocasionaba el mismo peligro, ni mostraba el mismo ímpetu que en los minutos precedentes. Eso sí, la posesión sí era blanquivioleta. Al contrario que en el choque ante Las Palmas. Y la posesión transmite una sensación de tranquilidad y seguridad, que amaina las críticas pasadas al equipo. Y alienta al aficionado que, como yo en el descanso, no se imaginaba que se iba a torcer tanto el rumbo del Real Valladolid en el segundo período.

Pero se torció. Salieron del vestuario los mismos futbolistas que habían disputado una de los mejores primeros treinta minutos de la temporada, pero cambiaron completamente. Tras el primer gol del Girona, lejos de intentar una remontada que tampoco se vislumbraba lejana, pues quedaba gran parte de la segunda mitad, se vinieron abajo. El hándicap anímico. No supieron reaccionar, volver a calmar el juego y llevarlo a donde ellos querían, y se perdieron las conexiones, la fluidez de juego, e incluso las ocasiones que sí hubo en la primera mitad.

El entrenador Antonio Gómez intentó dar algo de frescura en el ataque con la entrada de un delantero como Calle, que sustituyó a un desaparecido Álvaro Antón, y también algo de novedad en una banda que Sisí no supo aprovechar tampoco en Montilivi, con el cambio de Jofre. Finalmente Baraja salió por Rubio cuando apenas restaban 5 minutos para llegar a los 90. Intrascendentes sustituciones. Ni juego más directo, ni sensación de empate. El equipo estaba moralmente descolocado. Una puñalada que les había hecho mucho daño, en forma de penalti discutible.

No obstante, el problema no es que un árbitro decida una pena máxima sin ninguna justificación. El problema residió en la cabeza de los 11 del R. Valladolid, y en la nula capacidad de reacción que se presupone a un equipo que lucha por todo en segunda. La sensación de impotencia que sintieron no puede superar a la de la ambición por conseguir ganar. Ese gol no fue una excusa, porque llegó suficientemente pronto como para voltear el marcador si se volvía al juego de la primera mitad. Y el que llegó fue el que cerró el partido, de Despotovic, para el conjunto gerundense. Pero no se volteó, y como epitafio, la expulsión absurda de Nauzet. Baja sensible desde luego.

La mentalidad ganadora es inherente al equipo que sabe a lo que juega. Si de verdad un equipo se puede llamar ambicioso y competitivo tiene que demostrarlo cuando se ve perdiendo, sino es puro humo. Y este equipo aún divaga buscando su sistema, su identidad. ¿Por qué no jugaron como en los primeros treinta minutos de partido? Mismos jugadores, tiempo para remontar, pero diferente estado anímico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario