lunes, 27 de septiembre de 2010

El Real Valladolid se quedó destapado. Y con un amargo escalofrío


Me levanté en la mañana del domingo con mucho, mucho frío. Destapado. La vida, en ocasiones, da pequeñas pistas del por qué de las cosas; escribe premoniciones en los hechos, aunque éstas no sean visibles. Incluso para algo tan dulce como un hobbie. Algo tan atractivo como el fútbol. Deporte que, en algunos momentos, también destapa carencias ocultas bajo una sonrisa por el triunfo.

Para el partido ante el Elche, había decidido quedar con dos buenos amigos, ambos pucelanos, uno aficionado al Real Valladolid. Primer contratiempo leve, primer presagio: bar cerrado. Bueno, no era un problema, pues existía otra opción admisible en la recámara. Por tanto, rumbo a la mesa, rumbo al pincho con coca-cola, y a ver fútbol.

Sensaciones similares a las vividas con el partido del Betis. Una primera parte sin buen fútbol pero igualada, en la que el empuje ilicitano permitió que estos dispusieran de algunas ocasiones de gol. Oportunidades, que en el bando pucelano, nacían, silenciosas, en las botas de Nauzet Alemán y morían, bien en la frontal del área, o en jugadas sin peligro alguno. No había fluidez. No había conexión, de nuevo, entre los pivotes y los delanteros. Y las bandas cojeaban, pues sólo la derecha creaba peligro manifiesto para Willy Caballero y la línea defensiva local. El juego estático dominó al Real Valladolid, que sólo pudo romper esa realidad en alguna triangulación realizada en la línea de tres cuartos de campo. De nuevo, Calle, se hallaba solo y Guerra luchaba por zafarse de la presión rival y poder rematar a puerta. Y lo consiguió, pero en una transición rapidísima generada por Pedro López (ofensivamente más acertado en este inicio de temporada que defensivamente) en el flanco derecho, quien brindó un pase un Nauzet convertido en bala, para que éste sirviera a Guerra un gol en bandeja. Un tanto que valía, hasta después del descanso, tres puntos. Y algo más, porque valía moral, motivación, y demostraba fortuna. Curioso, parece que aún los de Gómez estaban jugando en Sevilla. Peligrosamente parecido al partido del Betis, porque si bien el Elche tuvo las mejores oportunidades, el electrónico marcaba algo totalmente distinto. El Real Valladolid se volvía a ir al descanso por delante sin tener la sensación de haberlo merecido.

Y claro, el fútbol suele ser justo. Termina poniendo a cada uno en su lugar. Y en una división tan disputada y dura como la segunda, aún más. Y es que el Real Valladolid está pecando, en los partidos que juega fuera de casa, de no saber matar el partido, dormirlo y llevarlo a su terreno. Y así llegó el gol tempranero de Kike Mateo, en el minuto 46 de partido, para igualar un choque y hacer tabla rasa. El Elche, con oxígeno tras el gol, buscó la remontada, en una segunda parte en la que el Real Valladolid no podía dominar, no podía hacerse con el balón, ni mucho menos disponer de ocasiones para volver a la victoria. No tenía ideas, y jugaba a merced de un conjunto ilicitano que me transmitía una sensación de superioridad que, más tarde o más temprano, parecía que acabaría en gol.

Por cada acercamiento de los franjiverdes torcía mi cabeza hasta apoyarla en la silla de aquel bar salmantino, en el que se podía ver colgada la camiseta unionista de Jorge Alonso, con el 14. Ni con la salida del mediocentro por Rubio lo veía claro, quien tenía la misión de elaborar un juego que el conjunto blanquivioleta no había creado en todo el partido. Percibía que en cualquier momento la profundidad del Elche terminaría por decidir el partido. Jacobo entraba en escena en un papel mucho más importante que en la primera mitad, y se llevaba una gran ovación. El resto de jugadores, meros espectadores que intentaban crear alguna contra para buscar su particular galardón.

Y algo parecido consiguieron cuando el hombre de aquella camiseta blanca y negra, colgada en la pared de aquel bar, se inventó un pase, que voló por encima de la línea defensiva ilicitana y que terminó en otro experimento de la segunda mitad, Óscar González, quien chocó con el portero Caballero. Penalty, y el arquero expulsado. De nuevo, cuando el pucela corría a la voluntad del equipo local, la oportunidad de enmendar ese problema apareció. Y fue aprovechada tras el gol que Jorge Alonso alcanzó. Y con Palanca, un hombre decisivo para el Elche y generador de peligro para los vallisoletanos, de portero.

Seguía asombrado por verme ganando sin haber tenido un partido cuyo resultado merecía ser ese. Me sentía arriba en la liga, y me dije: “este tipo de victorias nos enseñarán a saber ganar cuando el partido está de espaldas y la moral volverá a estar por las nubes”. Pero nada estaba aún decidido. Las premoniciones llegaron, desplegaron su verdadera cara y se convirtieron en el gol que nadie esperaba, cuando el partido moría en el minuto 92, y ya algunos aficionados franjiverdes se levantaban para abandonar el Martínez Valero. El equipo destapó sus carencias, al no saber matar un partido que tenían en posesión con un resultado inesperado en cierta manera, y con un hombre más sobre el terreno de juego. Y para más extravagancia, con uno de los jugadores más incisivos de este luchador Elche, Palanca, de portero. De mi boca sólo salían palabras nerviosas, impacientes. Y cuando observé, incrédulo, cómo Pelegrín remataba al palo largo un rechace de una defensa que, junto con todo el equipo, ya había tomado rumbo a vestuarios desde el penalty, mis palabras ya no eran eso. Eran algo más grave.

Y me levanté de aquella silla que me había sufrido durante todo el partido muy cabreado, apretando la mandíbula y frunciendo el ceño, por no saber aprovechar las ocasiones que nos han brindado, tanto en el partido ante el Betis, como en el vivido en Elche. La ocasión de sumar positivo en un partido que se podía haber perdido. Hemos de ser listos y hablo en primera persona porque soy aficionado. Hemos de tener picardía; ser sagaces. Si el equipo está ganando, juega con un hombre más, corre el minuto 92, hay que evitar que el rival tenga la posesión. Pero no hay que replegarse, porque quienes van por detrás en el marcador van a comerse al contrincante y conseguirán tener, al menos, una ocasión para lograr el objetivo. Como la que conllevó al gol. Cuando el equipo se mueve entre estos factores tiene que actuar más rápido que el otro, y mantener la cabeza en el encuentro.

Y el problema es precisamente la desconcentración que se ha acusado cuando el Real Valladolid marchaba por delante, sin verse dueño del partido. Y mientras, jugadores con hambre de jugar, como Rueda, Lázaro, o Antón por nombrar algunos, en el banquillo esperando la oportunidad que otros no están aprovechando como deberían. Y eso, a buen seguro, lo ha percibido Antonio Gómez. Un entrenador que para el próximo compromiso liguero, en mi opinión, debería hacer algunos cambios en el once. Empezando por el centro del campo. Y quien sabe, si volver a introducir a un media punta y dejar solo a un delantero de inicio, podría crear dinamismo, movilidad, y juego combinado en el centro del campo, y por tanto un mejor nexo de unión con el 9 blanquivioleta.

Lo que está claro es que al técnico madrileño le espera una semana intensa, en la que tienen que captar de una vez por todas, el obstáculo que están teniendo en este inicio. En la que los jugadores deben aprender, y absorber ese problema de concentración, para que ante el Albacete en casa, y sobre todo en los venideros encuentros a domicilio, no tropiecen con la misma piedra que les ha llevado a sentir una impresión amarga de lo acontecido a las dos menos cuarto de la tarde de un frío, y destapado, domingo de otoño.

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