Amanecía, no demasiado pronto, en Salamanca. Ni mochilas, ni dinero para billetes. Tan sólo, de nuevo, el polo del Real Valladolid, y camino al bar. Y no lo vería solo, porque me acompañaría un compañero bético. Y es que, en esta ciudad, es complicado no conocer a alguien que tenga particulares equipos del alma. No únicamente el R. Madrid o el Barcelona.
12 menos 10, allí está, esperándome, con su camiseta verdiblanca, escondida bajo su sudadera. Yo, con mi ropa del equipo dejándose ver entre viandantes despistados y abstraídos. Nos pedimos un par de refrescos, en un bar tranquilo y vacío. Nos situamos en frente del gran televisor, y comienza el partido.
Callado, concentrado, veía un partido igualado, en los primeros compases, aunque con un Betis un tanto superior. Seguramente se veía más fuerte por la responsabilidad moral de jugar en casa. Y porque debían demostrar por qué son considerados el equipo más fuerte, y con más posibilidades a priori, de subir de categoría. Personalmente, vi a un Betis bien situado, pero que sufría sin balón, en los compases en que lo tenía el equipo pucelano. Vi un Betis con una delantera maravillosa para ascender, y con un centro del campo que anuló toda posibilidad de conexión entre la línea medular y los puntas pucelanos. Baraja, continuamente en el suelo, y Rubio poco vistoso. Y por medio de ese control del centro, y que además la única banda que creaba peligro pucelano era la ocupada por Nauzet, el Betis sintió esa leve superioridad.
En mi silla suspiraba con fuerza, como con desesperación, y no porque el juego planteado por los chicos de Gómez me decepcionara, o no me gustara. Si no porque pasaban los minutos, el resultado se mantenía perenne, y los blanquivioletas seguían jugando en igualdad de condiciones y pudiendo amarrar un buen resultado en un feudo realmente complicado. Veía que podíamos, pero que pasaba el tiempo y Emaná, en alguna contra bética, ponía en aviso a seria defensa comandada por Marc Valiente, que se está destapando como el líder de la zaga. La máxima representación de las ganas del Betis por marcar ante el otro líder de plata, y de hacerlo en su estadio, apareció en un disparo de Caffa al palo del Jacobo.
Pero mis sensaciones seguían siendo extrañas. Estaba viendo un buen partido, un choque igualado en general, con rachas de posesión para cada equipo, pero sin llegadas claras de ninguno de los dos. Un empate, lo más justo. Entonces, llegó el gol de Marc Valiente, al rematar de cabeza un balón servido desde el saque de esquina, y que me sorprendía. Porque nos íbamos al descanso venciendo en el Ruíz de Lopera, y mostrábamos nuestro gran nivel, ganando un encuentro que no parecía decantarse a favor de nadie; y se advertía que los aficionados al Real Valladolid lo pasaríamos bien, al menos durante la segunda parte.
Llegó el descanso. Tiempo, que mi amigo bético utilizó para apostar a las tragaperras, y no tener, como suele ser habitual, mucha suerte. La fortuna estaba guardada para después. Estaba de lado de Pepe Mel y los suyos, si bien ésta aún no había dicho su última palabra.
Comenzó el segundo período, y se vieron los errores defensivos, en el gol tempranero que Rubén Castro marcó al anticiparse a toda la defensa. Empate y volver a empezar. Nuevo partido, más abierto, y a por la victoria. Y es que ni el R.Valladolid ni el Betis especularon en ningún momento, y enseñaron a todos los espectadores que querían los 3 puntos, sí o sí. En ese sentido elogio la actitud del equipo, que buscó volver a adelantarse en el marcador por medio de Calle y Guerra, quienes dispusieron de dos ocasiones muy claras para marcar. Sin embargo, el Betis aprovechó una contra bien llevada por Lopes, y que remató a placer, libre de todo estorbo, Israel para voltear el partido. Gran error, tanto en la transición lenta, como en el marcaje al canterano . El equipo, en ese aspecto, debe de estar más atento, y aprender a realizar faltas tácticas y a replegarse con más velocidad. En esa jugada, eso no ocurrió, y así llegó el segundo. Errores que, a buen seguro, habrán localizado eficazmente en el equipo, y que intentarán mejorar contra el Elche. Porque si hay que sacar a relucir los fallos, los aspectos mejorables, que sea ahora, en el principio del campeonato.
Y termina el partido. Al finalizar, a mi amigo bético le comenté cómo podría enfocar, analizar lo ocurrido para haber perdido. Normal que me resultase complicado, porque la solución era realmente fácil: fueron más eficaces, y marcaron dos en lugar de uno. Obvio, a simple vista, pero que tanto cuesta entender cuando se quiere sacar punta a todo, y cuando cuyo único objetivo es la crítica destructiva. Sabía que Calle había pasado inadvertido, y que aun así tuvo la más clara, y que Guerra intentó, sobre todo en la segunda mitad, por desmarques, crear peligro, pero sin premio. Sabía que Sisí tan sólo perdía balones y su marcador le superaba continuamente, y que Nauzet demostró esa ambición que copa sus ventajas. También que la línea defensiva es segura, pese a algún error de Arzo; y que Barragán podría salir ante el Elche, por las debilidades defensivas que en determinados lances del encuentro muestra Pedro. Y sabía que Guilherme necesita tranquilidad, y sentarse en el banquillo durante algún partido. Y que los cambios no surtieron efecto, porque necesitan más tiempo de acoplamiento. Pero también era consciente de que estamos en el principio, y que partidos como estos sirven para aprender, y para hacernos fuertes.
Finalmente, si tuviera que asemejar esta derrota a alguna cercana, utilizaría el símil del partido entre España y Suiza. Al menos, en el valor anímico de ella. Una derrota que molesta, pero no preocupa.
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