Todo se vuelve negro cuando no encuentras la razón de que algo salga mal, de que se te atragante cualquier esfuerzo por conseguir lo ambicionado. El Real Valladolid estuvo teñido de colores tristes durante muchos meses, los cuales no conocían buenas noticias, ni buenos resultados, fuera de la ciudad.
Giro a la paleta de colores. Los jugadores y el técnico han encontrado el color que mejor les queda; sonríen en sus viajes. Dos victorias como la cosechada en Salamanca y, la última, en Vigo, aúpan al Valladolid a cotas muy altas, insospechadas poco tiempo antes. La roca más complicada de pasar ya no lo es tanto. El truco ha sido aprendido. Abierta la puerta de la regularidad, del convencimiento, y de los éxitos.
La victoria frente a un Celta de Vigo anímicamente dolido, cuyo racha negativa le hace olvidar, poco a poco, el sueño de un ascenso directo a la división de oro, hace pensar al equipo beneficiado, el blanquivioleta, en ese ascenso, si bien por la vía de los playoffs. Ahora lo sueñan, antes ni lo imaginaban.
Los pucelanos se encuentran séptimos en la clasificación, pero la fantástica temporada del filial blaugrana, fuera de toda lucha por el ascenso por su condición de equipo B, los introduce, hoy día, en la criba de conjuntos con opciones para obtener el tercer y último billete, éste en la repesca, a la liga de las estrellas. Hace meses, en Valladolid nos reíamos de esta posibilidad. Una risa nerviosa, al vernos demasiado hundidos en la tabla.
Pero el fútbol es mentalmente inestable. El Real Valladolid, bipolar. Está comprobado. Un año de giros inesperados, grandes dosis de sufrimiento, desconfianza, desorganización, también termina por afectar al aficionado. Aunque se ha encarrilado el tramo final y decisivo con una suficiencia impensable a la vez que fehaciente.
Dejamos de lado traumas psicológicos y viajamos a Galicia. Si en Salamanca, el equipo jugó su mejor partido como visitante, sobre todo tras una segunda mitad repleta de goles, en Vigo se superó. Primero, porque derrotó a un rival que se encontraba con la ocasión de frenar sus negativos resultados y dar caza al ascenso directo. Segundo, porque lo venció con una superioridad poco común antes de jugar en el Helmántico, más conocida desde entonces.
Los once futbolistas blanquivioletas- para la ocasión, rojos- disputaron los mejores 45 minutos de la temporada lejos de Zorrilla. No es descabellado pensar en uno de los más sobresalientes primeros periodos en toda la campaña. Opinar esto, cuando el calendario se agota, es más que una noticia alegre. Significa un incremento de opciones de llegar en el top, tanto física, como mentalmente, al tramo fundamental de la liga, ese que decide quién se lleva el gato al agua o quién se lamenta por quedarse en la orilla.
Navegamos cada vez más firme. Vigo, Galicia, nos despidió pensando que, muy probablemente, vuelvan a encontrarnos antes de terminar, en Junio, este tratamiento psicológico contra la inestabilidad emocional. Ganará el que mejor controle los vaivenes. El Real Valladolid parece haber dado con la fórmula adecuada.
Giro a la paleta de colores. Los jugadores y el técnico han encontrado el color que mejor les queda; sonríen en sus viajes. Dos victorias como la cosechada en Salamanca y, la última, en Vigo, aúpan al Valladolid a cotas muy altas, insospechadas poco tiempo antes. La roca más complicada de pasar ya no lo es tanto. El truco ha sido aprendido. Abierta la puerta de la regularidad, del convencimiento, y de los éxitos.
La victoria frente a un Celta de Vigo anímicamente dolido, cuyo racha negativa le hace olvidar, poco a poco, el sueño de un ascenso directo a la división de oro, hace pensar al equipo beneficiado, el blanquivioleta, en ese ascenso, si bien por la vía de los playoffs. Ahora lo sueñan, antes ni lo imaginaban.
Los pucelanos se encuentran séptimos en la clasificación, pero la fantástica temporada del filial blaugrana, fuera de toda lucha por el ascenso por su condición de equipo B, los introduce, hoy día, en la criba de conjuntos con opciones para obtener el tercer y último billete, éste en la repesca, a la liga de las estrellas. Hace meses, en Valladolid nos reíamos de esta posibilidad. Una risa nerviosa, al vernos demasiado hundidos en la tabla.
Pero el fútbol es mentalmente inestable. El Real Valladolid, bipolar. Está comprobado. Un año de giros inesperados, grandes dosis de sufrimiento, desconfianza, desorganización, también termina por afectar al aficionado. Aunque se ha encarrilado el tramo final y decisivo con una suficiencia impensable a la vez que fehaciente.
Dejamos de lado traumas psicológicos y viajamos a Galicia. Si en Salamanca, el equipo jugó su mejor partido como visitante, sobre todo tras una segunda mitad repleta de goles, en Vigo se superó. Primero, porque derrotó a un rival que se encontraba con la ocasión de frenar sus negativos resultados y dar caza al ascenso directo. Segundo, porque lo venció con una superioridad poco común antes de jugar en el Helmántico, más conocida desde entonces.
Los once futbolistas blanquivioletas- para la ocasión, rojos- disputaron los mejores 45 minutos de la temporada lejos de Zorrilla. No es descabellado pensar en uno de los más sobresalientes primeros periodos en toda la campaña. Opinar esto, cuando el calendario se agota, es más que una noticia alegre. Significa un incremento de opciones de llegar en el top, tanto física, como mentalmente, al tramo fundamental de la liga, ese que decide quién se lleva el gato al agua o quién se lamenta por quedarse en la orilla.
Navegamos cada vez más firme. Vigo, Galicia, nos despidió pensando que, muy probablemente, vuelvan a encontrarnos antes de terminar, en Junio, este tratamiento psicológico contra la inestabilidad emocional. Ganará el que mejor controle los vaivenes. El Real Valladolid parece haber dado con la fórmula adecuada.
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