"Se enamoró del deporte como fuente de momentos inolvidables y como metáfora de la vida".
miércoles, 17 de noviembre de 2010
De desastre a esperanza
El tiempo vuela. No te da un respiro para pensar, ni para escribir cuando realmente es necesario. Es miércoles y estamos en el ecuador de la semana, acercándonos al día en que el Real Valladolid se enfrentará al Xerez Deportivo. Y yo hablando del partido del domingo ante el Celta. Y es que, en esta ocasión, el periodismo me ha quitado tiempo para hacer periodismo. Un tanto paradójico. Pero no puedo faltar a la cita, porque es una de las semanas más interesantes para hablar del equipo pucelano y de lo sucedido en el último partido.
Y es relevante porque el partido no fue uno más. Al menos eso quiero creer. Fue un punto de inflexión. Un suspiro de alivio; y un cambio táctico. Un cambio radical, únicamente sustituyendo una ficha. Qué sencillo parece. Y cómo cambia el devenir de un resultado, y la sensación de los que estábamos viendo otro espectáculo brindado por el equipo rival, superior con claridad.
Hacía tiempo que no veía un juego tan desajustado como locales, lo cual terminó desquiciándome una vez, De Lucas, daba la vuelta al marcador y ponía el 1-2. El R.Valladolid utilizó la misma mala copia que en el partido de la semana pasada contra el Rayo para disputar los primeros 45 minutos. La misma, salvo por el golazo de Nauzet que sirvió como celebración, alegría, y espejismo. Porque el centro del campo no carburaba, ni aparecía. El equipo de Gómez no tomó las riendas del partido, por lo que corrieron a merced de los vigueses. Claro, en lo único en lo que se valían era en los contragolpes, y en las transiciones rápidas que sorprendieran al rival. En la primera parte, quitemos lo de rápidas.
El equipo jugaba lento, y se convirtió en previsible. Al no tener la pelota, al buscar jugar a las contras, aparecía el gran obstáculo que frenaba cualquier atisbo de peligro real en la meta de Falcón: Antonio Calle. Recibía constantemente balones que no controlaba bien de espaldas, ni circulaba de forma que llegarán a la línea de tres cuartos. Y mucho menos al área. Entorpecía la rapidez para el contragolpe pues o frenaba la pelota, o la perdía. Y eso lo pudimos ver todos. El sistema con los dos delanteros naufragaba nuevamente. El 4-4-2 clásico se iba al ‘garete’. Era hora de mover ficha.
Y la jugada salió redonda. En la segunda parte, el Celta de Vigo arrancó como un ciclón, decidido para matar el partido con numerosos disparos de media distancia, sabedor del flan en el que se había convertido Jacobo tras fallar en el gol de Trashorras que supuso el 1-1 en la primera mitad. Sin embargo, Jacobo fue tomando más confianza al mismo paso que la defensa pucelana y en general el resto de las líneas, y se evitó que el ‘milagro’ del que se hablaba en el descanso quedara en habladurías y quimeras.
Pasaban los minutos de la primera segunda mitad y el Celta, por la inercia del resultado positivo a domicilio, y por la necesidad del Real Valladolid de ofrecer algo diferente a lo visto hasta el momento, fue replegándose peligrosamente. Se produjo la entrada en el campo de un mediocentro más en sustitución del delantero puro Antonio Calle. Puro pero sin gol, y sin fortuna –muy mala la semana para el espigado ariete-. Jorge Alonso, un medio creativo que formara un trivote con Rueda, y algo retrasado, Rubio (4-1-4-1). Éste como enlace entre defensa y medio del campo. Por fin, un escalón para no tener que subir de dos en dos. Y la sensación cambió totalmente.
Jesús Rueda, que hasta entonces no había encontrad su sitio en el medio del campo, brindó un pase en profundidad a Guerra, que terminó en el empate. Parecía que el equipo visitante comenzaba a dar por bueno un empate, después de una gran primera parte. Y más por bueno todavía, cuando se quedaron con 10 tras la expulsión de Roberto Lago en otra actuación arbitral que deja muchísimo que desear. Un lateral menos, mayor espacio y más peligro.
Percibía que, si el partido quedaba en empate, la sensación sería más agria que dulce, pese a haberlo tenido más negro que las nubes que, durante todo el partido, nos avisaban de que en cualquier momento llorarían. Pero se tragaron sus lágrimas: el domingo apoyaban al Real Valladolid. La afición se unía todavía más al partido y despertaba de la desidia que le transmitió antes del cambio táctico que convirtió el partido en una descarga de adrenalina contenida.
Adrenalina que empezaba a fugarse de todos los asistentes el partido, tanto jugadores, como aficionados o cuerpo técnico, cuando se formó la tangana que finalizó con la expulsión de Pedro López para el R.Valladolid y de Hugo Mallo para el bando visitante. Dos laterales menos para el Celta. 10 contra 9, y un último empujón. 4 minutos de descuento que parecían pocos, después del tiempo que el árbitro tardó en acabar con la pelea –desentendido de ella el colegiado-.
Pero cuatro minutos que supieron a gloria a los blanquivioletas. El desatasco, la solución, la tranquilidad ‘expectante’, se tradujo en el gol que Alonso consiguió en el último minuto del tiempo añadido. Guerra, el autor del empate, sirvió un balón para que el centrocampista que había dado luz en medio de noviembre, consiguiera la victoria que, al menos, destapa alguna llave de gran utilidad. Gómez, el sistema no es invariable. Y las percepciones tampoco.
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