Hace unos años, yo no lloraba por el Real Valladolid. No lo sentía como una parte inherente a mí, de la que no me podía desprender. Hoy, todo es diferente, porque poco a poco ha ido introduciéndose en mi vida y ya no me deja escapar. Tampoco quiero, aunque sus brazos me hagan daño en muchas ocasiones.
Ese sentimiento, ese amor por un escudo al que tomas como parte de tu personalidad, de tu ‘curriculum vitae’, no llegó solo. Alguien me lo presentó. Mi ‘padrino pucelano’. Él no pudo acudir a ver a su equipo, como hace cada domingo, porque lloró una de las derrotas más dolorosas de su vida.
Pero el destino tiene siempre guardado pequeñas sorpresas, diminutas dosis de alegría que en forma de goles consiguen equilibrar una balanza ya de por sí inestable. Una balanza decantada a favor del Real Valladolid, por fin. Porque la agonía de ver pasar los puntos de tres en tres, estaba ahogándonos a todos, y creando un ambiente con olor a pólvora.
El problema, ni mucho menos, está solventado. El equipo ha vencido, se ha situado a un punto de la promoción de ascenso – cerrada por el Granada y sus 27 puntos- y da por zanjada la excusa, el discurso, de Abel Resino, en el que apostaba por una victoria para liberar esa teórica ansiedad imperturbable que no dejaba al equipo poder desplegar su juego y, en consecuencia, obtener resultados.
Ahora se cierra esa libreta de lo típico. Y se abre otra: ¿se dará comienzo a una dinámica de buenos resultados? ¿Efectivamente, volverán a engancharse en los puestos de arriba? Y lo que es más importante: ¿podrán empezar a jugar a fútbol, a convencer a una parroquia cansada, ávida de sensaciones mostradas en el césped?
Por lo pronto, el primer triunfo de la etapa de Abel ha llegado. Primer objetivo conseguido, aunque tardío. Las metas próximas se tornan más escarpadas: crear una racha de resultados, mantenerla y, por inercia, jugar bien. Y no a fogonazos de un jugador supuestamente engatusado por ofertas de otros equipos, como es Guerra.
Y es que el bravo delantero malagueño marcó las diferencias de nuevo. Se vistió de efectividad, de oportunismo y de calidad, para marcar los dos goles que le dieron la tan ansiada victoria a un club poseedor de unas grietas considerables que le están haciendo temblar desde que se consiguió la última victoria en casa.
Sirvieron dos goles, dos jugadas de verticalidad, que salieron de las botas del lateral Peña, protagonista por ser el autor de las dos asistencias de gol. La primera, a los 31 minutos de juego, en un partido de silencios tediosos y libretas en mano en busca de errores, detalles, y cambios. De los últimos, pocos se pudieron anotar.
El lateral centró desde su flanco a un Guerra que remató de forma impecable con la cabeza. Un gol aislado, llegado desde la nada, pues el Real Valladolid, fragmentado en dos, no conectaba con el ataque. Costaba que la sangre corriera por las bandas. Se estancaba en la medular y Guerra no la olía donde tenía que comérsela.
El equipo pucelano controlaba, no obstante, a un Huesca que no disparó entre los tres palos custodiados por el paraguayo Justo Villar. Sin artillería para el ataque, los chicos de ‘One’ se limitaron a impedir el juego local, mediante una considerable presión.
En la segunda mitad, Sisinio jugó con una velocidad más, y creó peligró en la zona de tres cuartos. Fue el reflejo de las ganas de cambiar un rumbo repleto de imprecisiones, errores y paredes incorruptibles.
En el minuto 11, se produjo un cambio que alternó sutilmente el partido. El extremo Jofre Mateu fue sustituido por el medio Matabuena, posicionado al lado de Rubio, por lo que Alonso jugó, algo adelantado, entre los dos pivotes y el ariete, y Sisi se trasladó a la banda izquierda.
El centro del campo, más sólido, con un Matabuena duro y decidido, cortaba cualquier iniciativa oscense por alterar el resultado. Pese a ello, dispusieron de un libre indirecto desperdiciado que inquietó a la afición blanquivioleta.
De nuevo, cuando mediaba el segundo periodo, Guerra demostró su valor diferencial. Peña le sirvió un balón que controló con el pecho, bajó, e introdujo con prolongada incertidumbre en la meta del portero del Huesca, Andrés.
Desde el momento del gol, el Real Valladolid jugó, naturalmente, con menos presión, algo que se pudo percibir en una grada que vio el cambio de Nauzet, en el minuto 27 por un cuestionado Antón, y la entrada de otro jugador en el punto de mira, Óscar, en el lugar de Jorge Alonso.
Los cambios no rellenaron mi libreta de notas. Álvaro Antón ofreció dos quiebros de calidad y Óscar pecó de previsible en un pase al propio Antón, interceptado por la defensa del Huesca. El medio burgalés desperdició una oportunidad brindada por Sisi, colofón a un partido que, de ser recordado, lo hará por algo fundamental: la victoria.
La grada, sin embargo, no terminó convencida del juego brindado por los suyos, pues aún no se deja ver ese equipo enchufado, fluido, que transmita seguridad, confianza. Para ello, queda. La próxima semana, siguiente examen de la asignatura más temible para el Real Valladolid esta temporada: cómo ganar a domicilio. En Alcorcón, partido para construir un camino.
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