"Se enamoró del deporte como fuente de momentos inolvidables y como metáfora de la vida".
martes, 4 de enero de 2011
Miedo a ganar
Un año de cambios. Eso es indudable. El Real Valladolid vivirá un 2011 que le aguarda lleno de transformaciones, de experiencias, de manifestaciones, de críticas, silbidos, cánticos de celebración , decepciones, la marcha de futbolistas irresponsables cuyos egos y falta de profesionalidad superan la paciencia de cualquier directivo y entrenador, etc.
Este año que da comienzo entre revueltas, quejas y heridas abiertas. De las que necesitan muchos puntos. Como los que necesita el conjunto de Abel Resino para lograr el ascenso que se aleja cada semana, al igual que las ilusiones de los abonados que asisten cada dos semanas al estadio, o de los que, en la lejanía, alzan su voz cuando el equipo pucelano marca un gol que lo acerca a la zona de playoffs.
El primer partido del año se asemejó al típico regalo que ya estamos acostumbrados a recibir. A ese par de calcetines que Santa Claus nos deja en el árbol navideño para dar la noche del 24 de diciembre por buena. El mismo guión, mismo cuento , similar desenlace.
El Real Valladolid volvió a dejarse dos puntos, esta ocasión en su feudo, ante un Tenerife que jugó muy poco, pero que tuvo control en el centro del campo en algunas fases del partido. Un bloque canario que otorgó la corona de líder a Nino. Incombustible, eléctrico, potente pese a su pequeña estatura. Un peligro constante para la defensa del Real Valladolid, autor del primer gol tinerfeño. Un tanto que aplacó la alegría de una grada morada feliz por el gol conseguido apenas un minuto antes, obra de Óscar González.
Los murmullos en la grada, los mismos de siempre. En el primer gol, apenas imperceptibles, pues la indiferencia y agotamiento de la afición era mucho mayor que cualquier otra reacción antagónica. El público callaba, observaba a un equipo con posibilidades, ocasiones, que no terminaba de encantar. Ni asombrar.
No obstante, hubo un momento de paréntesis. Un instante en que la grada, sorprendida, se levantaba de los sucios asientos morados y blancos que conforman el estadio José Zorrilla. Por fin, la calidad había hecho acto de presencia entre el tedio y la ansiedad reinante. Nació en las botas de un canario en estado de hipermotivación: Nauzet Alemán. Enfrente de sí, la barrera chicharrera del equipo rival por antonomasia de sus orígenes, Las Palmas.
Se dispuso a sacar la falta, y lo hizo con maestría. Anotó un golazo que volvía a poner por delante al equipo vallisoletano y lo acercaba al nuevo objetivo - ahora se torna realista y de urgente necesidad: la 6ª posición-. Si bien, con poco juego, sin continuidad y sin fortuna, es muy fácil que el partido se escape.
El CD Tenerife intentó, pese al golazo de falta del Real Valladolid, buscar un empate más que obligado para el equipo de Mandía. No supuso peligro alguno para la portería de un Justo Villar que estrenaba titularidad en detrimento de Jacobo.
Tras el descanso, el partido tomó otro cariz. En 45 minutos dio tiempo a ver a un Real Valladolid protagonista de ocasiones evidentes de gol, a un Tenerife cuyo nivel aumentaba conforme el balón se acercaba al área de su rival, y una revolución táctica encabezada por Abel Resino.
Cambios en el centro del campo que han levantado ampollas en estos días posteriores al choque. En el minuto 60, Rueda fue sustituido por el centrocampista charro Jorge Alonso, el cual pasaría a jugar por delante del otro volante, Álvaro Rubio. Es cierto que el enérgico canterano Jesús Rueda no tuvo su mejor partido, ni se mostró cómodo en la medular. Jugaba apocado, sin espacio, sin recorrido. Enjaulado entre su línea defensiva y su compañero Rubio.
Como se está criticando, y pienso que con acierto, un jugador del recorrido y potencia de este futbolista, ha de jugar algo más adelantado, con espacio como para poder llegar a la zona del mediapunta con facilidad. De la forma en la que se dispuso en el partido, se perdía la mitad de un futbolista. Poderío disminuido, o lo que es lo mismo, centro del campo infrautilizado.
Con Jorge Alonso se ganaba un medio más creativo, que buscó constantes aperturas a las bandas, generadoras de todo el peligro vallisoletano, cuando éste llegaba. El Real Valladolid conseguía disputar los mejores momentos de juego de partido, y se hilvanaban jugadas que terminaba en ocasiones manifiestas de gol.
Una de ellas, originada en un balón servido por Jofre a Javi Guerra –desesperado durante todo el partido-, que cabeceó a bocajarro en dos ocasiones. En la segunda, pareció que el balón traspasaba la línea, aunque un soberbio Sergio Aragoneses lo sacó desde el suelo. Si no entraba ese balón, no lo haría ninguno.
Antes del cambio de Óscar por Baraja -que asimismo ha supuesto otro germen de opinión- el mediapunta salmantino remató de cabeza, en mala posición, un balón habilitado en un centro por Nauzet, parado de forma elegante por el portero tinerfeño.
El sistema, debido a la inclusión de Baraja en el centro del campo en un papel de pivote acompañante de Rubio, no funcionó. Dos pivotes de corte defensivo se situaban por detrás de un jugador organizador, Jorge Alonso, pero sin la suficiente velocidad y características que requiere un media punta al uso o un segundo delantero.
Adiós a la creación de jugadas de peligro. El conjunto pucelano no llegaba con la misma intensidad que antes del cambio, y, para más inri, Nauzet –uno de los jugadores más activos e incisivos del partido -, pidió la sustitución a favor de otro jugador de banda: Álvaro Antón.
El cambio no surtió efecto, al menos positivo. Si bien el Tenerife no llegaba, no generaba una impresión de amenaza creciente, el Real Valladolid veía que pasaban los minutos y el resultado seguía siendo peligroso. Lamentaba que la posibilidad de haber sentenciado, gracias a las ocasiones creadas en la segunda mitad, se quedó en oportunidad perdida.
Entonces, llegó la ansiedad de la que tanto habla Abel Resino. La victoria estaba más cerca que nunca, y eso les superó. No midieron de forma óptima el tramo final de partido, y el Tenerife no desaprovechó su ocasión de oro. Libre indirecto aprovechado por Iriome que, elevándose por encima de toda la defensa pucelana, remató de cabeza un balón que entró por la derecha de la meta defendida por Justo Villar.
Minuto 85, murmullos que ya despertaban y entonaban los más severos insultos hacia el equipo, y por consiguiente hacia la directiva. Personas que abandonaban sus asientos, cabizbajas, y que sentían que su equipo sufría una de las enfermedades más peligrosas en el fútbol: miedo a ganar.
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