domingo, 16 de enero de 2011

Un pequeño regalo, una victoria


Hace unos años, yo no lloraba por el Real Valladolid. No lo sentía como una parte inherente a mí, de la que no me podía desprender. Hoy, todo es diferente, porque poco a poco ha ido introduciéndose en mi vida y ya no me deja escapar. Tampoco quiero, aunque sus brazos me hagan daño en muchas ocasiones.

Ese sentimiento, ese amor por un escudo al que tomas como parte de tu personalidad, de tu ‘curriculum vitae’, no llegó solo. Alguien me lo presentó. Mi ‘padrino pucelano’. Él no pudo acudir a ver a su equipo, como hace cada domingo, porque lloró una de las derrotas más dolorosas de su vida.

Pero el destino tiene siempre guardado pequeñas sorpresas, diminutas dosis de alegría que en forma de goles consiguen equilibrar una balanza ya de por sí inestable. Una balanza decantada a favor del Real Valladolid, por fin. Porque la agonía de ver pasar los puntos de tres en tres, estaba ahogándonos a todos, y creando un ambiente con olor a pólvora.

El problema, ni mucho menos, está solventado. El equipo ha vencido, se ha situado a un punto de la promoción de ascenso – cerrada por el Granada y sus 27 puntos- y da por zanjada la excusa, el discurso, de Abel Resino, en el que apostaba por una victoria para liberar esa teórica ansiedad imperturbable que no dejaba al equipo poder desplegar su juego y, en consecuencia, obtener resultados.

Ahora se cierra esa libreta de lo típico. Y se abre otra: ¿se dará comienzo a una dinámica de buenos resultados? ¿Efectivamente, volverán a engancharse en los puestos de arriba? Y lo que es más importante: ¿podrán empezar a jugar a fútbol, a convencer a una parroquia cansada, ávida de sensaciones mostradas en el césped?

Por lo pronto, el primer triunfo de la etapa de Abel ha llegado. Primer objetivo conseguido, aunque tardío. Las metas próximas se tornan más escarpadas: crear una racha de resultados, mantenerla y, por inercia, jugar bien. Y no a fogonazos de un jugador supuestamente engatusado por ofertas de otros equipos, como es Guerra.

Y es que el bravo delantero malagueño marcó las diferencias de nuevo. Se vistió de efectividad, de oportunismo y de calidad, para marcar los dos goles que le dieron la tan ansiada victoria a un club poseedor de unas grietas considerables que le están haciendo temblar desde que se consiguió la última victoria en casa.

Sirvieron dos goles, dos jugadas de verticalidad, que salieron de las botas del lateral Peña, protagonista por ser el autor de las dos asistencias de gol. La primera, a los 31 minutos de juego, en un partido de silencios tediosos y libretas en mano en busca de errores, detalles, y cambios. De los últimos, pocos se pudieron anotar.

El lateral centró desde su flanco a un Guerra que remató de forma impecable con la cabeza. Un gol aislado, llegado desde la nada, pues el Real Valladolid, fragmentado en dos, no conectaba con el ataque. Costaba que la sangre corriera por las bandas. Se estancaba en la medular y Guerra no la olía donde tenía que comérsela.

El equipo pucelano controlaba, no obstante, a un Huesca que no disparó entre los tres palos custodiados por el paraguayo Justo Villar. Sin artillería para el ataque, los chicos de ‘One’ se limitaron a impedir el juego local, mediante una considerable presión.

En la segunda mitad, Sisinio jugó con una velocidad más, y creó peligró en la zona de tres cuartos. Fue el reflejo de las ganas de cambiar un rumbo repleto de imprecisiones, errores y paredes incorruptibles.

En el minuto 11, se produjo un cambio que alternó sutilmente el partido. El extremo Jofre Mateu fue sustituido por el medio Matabuena, posicionado al lado de Rubio, por lo que Alonso jugó, algo adelantado, entre los dos pivotes y el ariete, y Sisi se trasladó a la banda izquierda.

El centro del campo, más sólido, con un Matabuena duro y decidido, cortaba cualquier iniciativa oscense por alterar el resultado. Pese a ello, dispusieron de un libre indirecto desperdiciado que inquietó a la afición blanquivioleta.

De nuevo, cuando mediaba el segundo periodo, Guerra demostró su valor diferencial. Peña le sirvió un balón que controló con el pecho, bajó, e introdujo con prolongada incertidumbre en la meta del portero del Huesca, Andrés.

Desde el momento del gol, el Real Valladolid jugó, naturalmente, con menos presión, algo que se pudo percibir en una grada que vio el cambio de Nauzet, en el minuto 27 por un cuestionado Antón, y la entrada de otro jugador en el punto de mira, Óscar, en el lugar de Jorge Alonso.

Los cambios no rellenaron mi libreta de notas. Álvaro Antón ofreció dos quiebros de calidad y Óscar pecó de previsible en un pase al propio Antón, interceptado por la defensa del Huesca. El medio burgalés desperdició una oportunidad brindada por Sisi, colofón a un partido que, de ser recordado, lo hará por algo fundamental: la victoria.

La grada, sin embargo, no terminó convencida del juego brindado por los suyos, pues aún no se deja ver ese equipo enchufado, fluido, que transmita seguridad, confianza. Para ello, queda. La próxima semana, siguiente examen de la asignatura más temible para el Real Valladolid esta temporada: cómo ganar a domicilio. En Alcorcón, partido para construir un camino.

lunes, 10 de enero de 2011

¿Se ha tocado fondo?



Cuando un equipo de fútbol se arrastra por los terrenos de juego, deshonra a su escudo, muestra una indolencia a la vista de todos, navega sin rumbo, juega un fútbol quebrado, desconfiado, sin querer el balón, temeroso a perderlo cuando lo posee, y también a ganar, la desafección por parte de los aficionados es inevitable.

Decepciones incesantes, cada semana, en cada partido ante cualquier rival, ya habite en la zona alta de la clasificación o en lo más profundo de la agonía. Eso nos está regalando nuestro Real Valladolid. Sinsabores, desilusión. Y, aun así, seguimos ahí, sintonizando desde la distancia una radio que, con interferencias, pueda acercarnos lo que nuestro equipo de fútbol de toda la vida está haciendo.

Desde la lejanía, unos sufren y se inquietan en un grado que ni los futbolistas en el campo, o los ‘mandamases’ desde sus cómodas perspectivas, no pueden igualar. Otros seguidores, con la sincera suerte de tener cerca a su club del corazón, no alcanzan a oler el cansancio de los jugadores que visten una camiseta blanca y morada, que algún día, hace años, decía algo en el panorama futbolístico nacional. No alcanzan a distinguir el esfuerzo, la lucha, la confianza, el compromiso, la unión. No ven esa actitud por ningún lado, y eso que los 11 están delante de sus ojos.

Termina el partido, miradas sin punto fijo, por propia vergüenza, de aquellos futbolistas que mantienen al menos una reducida dosis de ella y les importa levantar a un club con una enfermedad interna terrible que le debilita desde su interior y se contagia a los que quieren al Real Valladolid. A los que lo llevan adentro. Jugadores conscientes de que la mano que les da de comer es venenosa; y sus dedos punzantes, peligrosos, diabólicos.

Entre todos lo están matando desde hace mucho. Los síntomas se vistieron, desde que la derrota conoció al equipo en Sevilla, con una capa invisible que no dejó descubrirlos hasta que el problema chocó delante de nuestras narices. Íbamos dejando pasar las semanas, victoriosas, hacia otras con derrota que transformaban sus colores optimistas y seguros, a otros más borrosos, menos alegres, menos claros.

Primero, aceptamos declaraciones:” Fue mala suerte”, “no supimos matar el partido”, para más tarde ver cómo se daba inicio a la temida justificación,” nos ha podido la ansiedad”, y terminar agarrándose al clavo de la victoria inminente para salir de un bache cíclico de 360º, “la victoria nos liberará de la ansiedad”. Los síntomas de la afección ya no se esconden. Toca el turno de las consecuencias, de las secuelas.

Este turno ha comenzando y trae consigo el levantamiento de una afición que ya no soporta esa mano insaciable, intocable, que tanto está dañando a ellos y a un equipo que se aleja, a pasos agigantados, de un escudo que se está haciendo viejo.

Unas zarpas que están originando un ambiente insostenible, y aplastan la cabeza del Real Valladolid cuando intenta levantarse. El temor surge cuando por cada derrota, me doy cuenta de que le tiemblan más unas piernas que han dejado de correr con sentido, que no disfrutan tocando el balón, no se apoyan unas a otras, y no chutan a gol.

Mientras tanto, vemos impotentes como ese equipo del que nos hemos sentido orgullosos, por su historia, por lo que significa para cada uno de nosotros, no logra salir a flote. Porque cuando lo intenta, esa todopoderosa mano recuerda su poder y le envía a un fondo del que sólo puede salir a base de esfuerzo, intensidad, confianza y compañerismo. Sólo podrá liberarse de esa enfermedad que está soportando cuando su interior esté realmente limpio.

martes, 4 de enero de 2011

Miedo a ganar




Un año de cambios. Eso es indudable. El Real Valladolid vivirá un 2011 que le aguarda lleno de transformaciones, de experiencias, de manifestaciones, de críticas, silbidos, cánticos de celebración , decepciones, la marcha de futbolistas irresponsables cuyos egos y falta de profesionalidad superan la paciencia de cualquier directivo y entrenador, etc.

Este año que da comienzo entre revueltas, quejas y heridas abiertas. De las que necesitan muchos puntos. Como los que necesita el conjunto de Abel Resino para lograr el ascenso que se aleja cada semana, al igual que las ilusiones de los abonados que asisten cada dos semanas al estadio, o de los que, en la lejanía, alzan su voz cuando el equipo pucelano marca un gol que lo acerca a la zona de playoffs.

El primer partido del año se asemejó al típico regalo que ya estamos acostumbrados a recibir. A ese par de calcetines que Santa Claus nos deja en el árbol navideño para dar la noche del 24 de diciembre por buena. El mismo guión, mismo cuento , similar desenlace.

El Real Valladolid volvió a dejarse dos puntos, esta ocasión en su feudo, ante un Tenerife que jugó muy poco, pero que tuvo control en el centro del campo en algunas fases del partido. Un bloque canario que otorgó la corona de líder a Nino. Incombustible, eléctrico, potente pese a su pequeña estatura. Un peligro constante para la defensa del Real Valladolid, autor del primer gol tinerfeño. Un tanto que aplacó la alegría de una grada morada feliz por el gol conseguido apenas un minuto antes, obra de Óscar González.

Los murmullos en la grada, los mismos de siempre. En el primer gol, apenas imperceptibles, pues la indiferencia y agotamiento de la afición era mucho mayor que cualquier otra reacción antagónica. El público callaba, observaba a un equipo con posibilidades, ocasiones, que no terminaba de encantar. Ni asombrar.

No obstante, hubo un momento de paréntesis. Un instante en que la grada, sorprendida, se levantaba de los sucios asientos morados y blancos que conforman el estadio José Zorrilla. Por fin, la calidad había hecho acto de presencia entre el tedio y la ansiedad reinante. Nació en las botas de un canario en estado de hipermotivación: Nauzet Alemán. Enfrente de sí, la barrera chicharrera del equipo rival por antonomasia de sus orígenes, Las Palmas.

Se dispuso a sacar la falta, y lo hizo con maestría. Anotó un golazo que volvía a poner por delante al equipo vallisoletano y lo acercaba al nuevo objetivo - ahora se torna realista y de urgente necesidad: la 6ª posición-. Si bien, con poco juego, sin continuidad y sin fortuna, es muy fácil que el partido se escape.

El CD Tenerife intentó, pese al golazo de falta del Real Valladolid, buscar un empate más que obligado para el equipo de Mandía. No supuso peligro alguno para la portería de un Justo Villar que estrenaba titularidad en detrimento de Jacobo.

Tras el descanso, el partido tomó otro cariz. En 45 minutos dio tiempo a ver a un Real Valladolid protagonista de ocasiones evidentes de gol, a un Tenerife cuyo nivel aumentaba conforme el balón se acercaba al área de su rival, y una revolución táctica encabezada por Abel Resino.

Cambios en el centro del campo que han levantado ampollas en estos días posteriores al choque. En el minuto 60, Rueda fue sustituido por el centrocampista charro Jorge Alonso, el cual pasaría a jugar por delante del otro volante, Álvaro Rubio. Es cierto que el enérgico canterano Jesús Rueda no tuvo su mejor partido, ni se mostró cómodo en la medular. Jugaba apocado, sin espacio, sin recorrido. Enjaulado entre su línea defensiva y su compañero Rubio.

Como se está criticando, y pienso que con acierto, un jugador del recorrido y potencia de este futbolista, ha de jugar algo más adelantado, con espacio como para poder llegar a la zona del mediapunta con facilidad. De la forma en la que se dispuso en el partido, se perdía la mitad de un futbolista. Poderío disminuido, o lo que es lo mismo, centro del campo infrautilizado.

Con Jorge Alonso se ganaba un medio más creativo, que buscó constantes aperturas a las bandas, generadoras de todo el peligro vallisoletano, cuando éste llegaba. El Real Valladolid conseguía disputar los mejores momentos de juego de partido, y se hilvanaban jugadas que terminaba en ocasiones manifiestas de gol.

Una de ellas, originada en un balón servido por Jofre a Javi Guerra –desesperado durante todo el partido-, que cabeceó a bocajarro en dos ocasiones. En la segunda, pareció que el balón traspasaba la línea, aunque un soberbio Sergio Aragoneses lo sacó desde el suelo. Si no entraba ese balón, no lo haría ninguno.

Antes del cambio de Óscar por Baraja -que asimismo ha supuesto otro germen de opinión- el mediapunta salmantino remató de cabeza, en mala posición, un balón habilitado en un centro por Nauzet, parado de forma elegante por el portero tinerfeño.

El sistema, debido a la inclusión de Baraja en el centro del campo en un papel de pivote acompañante de Rubio, no funcionó. Dos pivotes de corte defensivo se situaban por detrás de un jugador organizador, Jorge Alonso, pero sin la suficiente velocidad y características que requiere un media punta al uso o un segundo delantero.

Adiós a la creación de jugadas de peligro. El conjunto pucelano no llegaba con la misma intensidad que antes del cambio, y, para más inri, Nauzet –uno de los jugadores más activos e incisivos del partido -, pidió la sustitución a favor de otro jugador de banda: Álvaro Antón.

El cambio no surtió efecto, al menos positivo. Si bien el Tenerife no llegaba, no generaba una impresión de amenaza creciente, el Real Valladolid veía que pasaban los minutos y el resultado seguía siendo peligroso. Lamentaba que la posibilidad de haber sentenciado, gracias a las ocasiones creadas en la segunda mitad, se quedó en oportunidad perdida.

Entonces, llegó la ansiedad de la que tanto habla Abel Resino. La victoria estaba más cerca que nunca, y eso les superó. No midieron de forma óptima el tramo final de partido, y el Tenerife no desaprovechó su ocasión de oro. Libre indirecto aprovechado por Iriome que, elevándose por encima de toda la defensa pucelana, remató de cabeza un balón que entró por la derecha de la meta defendida por Justo Villar.

Minuto 85, murmullos que ya despertaban y entonaban los más severos insultos hacia el equipo, y por consiguiente hacia la directiva. Personas que abandonaban sus asientos, cabizbajas, y que sentían que su equipo sufría una de las enfermedades más peligrosas en el fútbol: miedo a ganar.