viernes, 12 de febrero de 2010

Todos saben que es una final.

Todos lo sabemos. Ellos, los jugadores, son conscientes de que el día de San Valentín va a acelerar corazones, incluso a los solteros. Es el partido del sí o del no; de sacar conclusiones positivas y negativas; de saber a qué vamos a jugar de aquí a final de temporada. Si ganamos salimos del descenso, y merced a los resultados que puedan sucederse en otros partidos que incluyen a rivales directos -y cada vez más directos como el Sporting de Gijón- podrá surgir un cambio más latente de lo habitual. Un cambio que aupe al equipo mentalmente hacia otro modo de encarar lo que resta de competición, que es mucho.

Pero lo importante, una de las claves para que el Real Valladolid se haga con el encuentro, es tomar la iniciativa. Tener posesión, y sobre todo, un dominio en el centro del campo, cuyo protagonismo es obligación de los Pelé, Lázaro o Rubio. Y por supuesto, una defensa bien colocada, que no deje espacios en los laterales -como en el partido ante el Valencia, en el que la banda derecha fue un auténtico coladero-, y que puedan sacar el balón jugado de la mejor forma posible. Si a estole unimos un sistema en el que jueguen dos puntas en lugar de uno solo -porque no hay nada más frustrante que ver a Costa desmarcarse sin sentido en busca de balones hacia ninguna parte- podremos aspirar a plantar cara; podremos aspirar a ganar e incluso convencer.

Lo crucial, lo que de verdad tenemos que tener en cuenta,es que los jugadores necesitan ayuda. La ayuda de miles de voces que al menos hagan que creen. 90 minutos en los que parezca que el equipo se juega ganar la liga, que lucha por algo nuevo, algo que provoque sonrisas. Aunque en el interior de cada aficionado reine la desconfianza, angustia y el miedo. En esos 90 minutos, tenemos que actuar si es necesario, para que no noten los futbolistas la ansiedad que muchos de los aficionados tienen y tenemos. A esto se le puede llamar orgullo.

El domingo es nuestra particular final. Tenemos que despojarnos de la careta del miedo y salir a morder, salir como si nos fuera la vida en ello, pese a que no siempre las cosas salen bien. Salir a darlo todo, a dejarnos la piel. Pero no sólo los jugadores -es su obligación,si bien no siempre la cumplen- sino también la afición. Disfrutemos del fútbol, pese a que últimamente no sea un ocio de alegrías.

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