VIAJE HACIA LOS SUEÑOS.
Era un soleado 15 de Julio y sonó el despertador del IPOD. Sonaba como tono de alarma el hit de un rapero de gran proyección en USA, curiosamente, el hijo fruto de la relación entre el malogrado Jay-Z y Beyoncé. Álvaro, abrió los ojos y la apagó, mientras deslizaba su mano sobre el pelo de Gabriela para despertarla. Ella no se había inmutado de la alocada canción y continuaba plácidamente dormida, tumbada de lado, y con su cabeza orientada hacia la de su pareja. Él la veía tan bonita...no quería que abandonara los dulces sueños en los que estaba sumida, pero tenía que hacerlo, porque les esperaba un largo viaje.
-Gabi, cariño, despierta, ya son las 7 y media.
Un halo de luz cruzó la ventana, y diagonalmente penetró en los ojos recién abiertos de la princesa.
-Dios, que solazo hay, ¿qué hora es? Apenas pudo balbucear recién despierta.
-Las 7 y media de un soleado día. Dijo él mientras la miraba fijamente, mientras se escapaban sus últimos segundos en esa cama.
-¡A pegar un bote! Gritó animado Álvaro, mientras ella, perezosa exclamó una casi indescifrable onomatopeya: aaaayy, ¡que sueño...!
Ambos se ducharon, terminaron de ordenar sus maletas, recogieron la casa y salieron rumbo al aeropuerto de Barajas. Esperaron en los pasillos de la recién reformada -y ya llevaban cuatro remodelaciones- T4, aproximadamente unas 3 horas, antes de que partiera el vuelo que les llevaría a un lugar soñado por ellos, ideal.
Al fin embarcaron. Subieron a bordo, y se sentaron en los asientos más cercanos a la ventanilla, donde podían divisar el océano que se abría a su paso, las pequeñas islas que sobrevolaban, y un inmenso cielo aclarado, en el que el sol brillaba con más fuerza que nunca.
Diez horas pasaron de vuelo, y llegaron por fin al aeropuerto, cuando la tarde caía sobre la ciudad esmeralda, más hermosa de lo que ellos nunca pudieron haber imaginado, con el característico Space Needle al fondo del horizonte, camuflándose entre las imponentes montañas que abrigan desde épocas centenarias a sus habitantes. Tomaron un taxi, que les llevo 19 Km. hacia Seattle desde Tacoma, y en el trayecto, pudieron observar el fluido tráfico hacia la gran ciudad, mientras el taxista, de origen latino, les explicaba puntos interesantes de la metrópoli. Apenas 35 minutos más tarde, llegaron al hotel en el que tenían previsto hospedarse el primer día. Parecía confortable, para lo barato que les había salido, pues ellos sabían que Seattle era una de las ciudades más caras de Estados Unidos, y eso engloba todos los servicios y alojamientos que allí iban a encontrar.
Estaban tremendamente cansados, sólo querían descansar, y pronto se hicieron a la cama de matrimonio en la que pasarían la noche. No obstante, charlaron unos minutos.
-Se acerca nuestro sueño. Pronunció Gabriela mientras sonreía.
-¿Quién dijo que los sueños no se cumplen? Susurró Álvaro al oído de la princesa mientras se abrazaban con fuerza.
Durmieron lo suficiente para comenzar el nuevo día con ilusión y fuerzas renovadas. Abandonaron el hotel que les dio cobijo en su primera noche juntos al otro lado del charco y encendieron el botón de modo turista. A ellos les encantaba visitar ciudades, tomar fotos desde perspectivas impactantes, y plasmar el recuerdo que les dejaban las calles, monumentos, edificios y las gentes que se cruzaban en sus caminos. Pero esa ciudad era diferente de todo lo visto hasta ahora, era demasiado especial para ellos, desde su infancia, cuando la vincularon a una relación que comenzaba a florecer cuando tan sólo eran unos inocentes niños, que tenían muchas cosas en común, que se complementaban a la perfección, y se amaban hasta la extenuación. Pero crecieron, y lo hicieron juntos, aprendiendo a vivir, y a disfrutar agarrados de la mano, con cada paso que daban. Por fin, estaban cerca de ese sueño compartido de la adolescencia, ese sueño ideal, quimera del pasado que ahora casi podían tocar.
Con el modo turista puesto en ON, empezaron a visitar la espléndida urbe. Visitaron el Museo de Arte, el famoso acuario situado en la bahía de Elliot, el mercado Pike Place, donde pudieron ver el clásico del café, Starbucks Center, y probar una de sus riquísimas variedades ,que disfrutó en sobremanera Cristina, amante de esta sustancia activadora de los sentidos. El sol comenzaba a despedirse, arropándose con la cima de las montañas del norte. Antes de que cayera la noche, llegaron al Space Needle y cruzaron Seattle Center, haciendo miles de fotos, que posteriormente, como era costumbre en ella, retocaría para colgarlas por las paredes de la casa.
Anocheció. En otro taxi se trasladaron hasta las afueras de la ciudad, en la costa, donde una escueta y sencilla casa rural yacía situada frente a la playa, ofreciendo unas vistas perfectas para ser pintadas por cualquier artista de renombre. La cabaña, de madera de pino, respondía al perfil de casa típica de los bosques del norte de Estados Unidos, pero, con la diferencia de estar construida frente a la costa pacífica. Cuando por fin llegaron a ese apartado y tranquilo lugar, lejos del trasiego de la ciudad, ya era noche cerrada. Subieron por las escaleras, recién barnizadas por el aspecto que presentaban, así como toda la cabaña, y entraron al pequeño nido. El particular refugio constaba de una cama grande, con sábanas blancas y perfumadas, situada a la derecha del habitáculo, y en frente de la puerta de entrada, un enorme ventanal permitía divisar el horizonte cubierto de océano. El baño se hallaba a la izquierda de la puerta, pequeño, como queriendo pasar desapercibido.
Dejaron sus enseres al lado de la cama, y se pusieron cómodos. La noche era sorprendentemente cálida, porque aunque estuvieran en pleno Julio, las noches allí eran frescas. Pero esa noche, sólo una tenue brisa les recordaba que también quería ser protagonista. Se asomaron a la ventana abierta, descorriendo las cortinas para poder asomarse y observar la plenitud de la Luna. Era una noche clara y brillante, gracias a la luz lunar. Se comenzaron a mirar fijamente y la simbiosis actuó de nuevo.
-Hemos cumplido nuestro sueño. Dijeron a la vez. Ya no les impresionaba los brotes simbióticos, que desde que se conocieron surgían con frecuencia. Este era uno más, pero mucho más especial. Se besaron. Un beso largo y profundo, que buscaba parar el tiempo, introducirles en su sueño ideal. Era el viaje de sus sueños.
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